lunes, 29 de noviembre de 2010
A propósito del clásico Barca-Madrid
“Cómo vas a saber lo que es el amor si nunca te hiciste hincha de un club”, reza la primera línea del ‘Poema del fútbol' escrito por el argentino Walter Saavedra. Este escritor, comentarista deportivo y amante de los deportes, resume en pocas líneas gran parte de los sentimientos desatados al interior de los hombres que, ataviados con sus pantaloncillos cortos, se dedican a correr durante 90 minutos tras un balón.
Pero su ‘Poema del fútbol’ también plasma el paraíso y el infierno desatado al interior de los aficionados, aquellos a los que muchos llaman “el jugador número 12”, los que siempre entonan cánticos en los graderíos para alentar a los suyos, los que a veces callan ante el sabor amargo de la derrota, a esos que son los amantes más fieles del mundo.
Y no existe mejor escenario para desatar todas esas pasiones de jugadores e hinchas que en un auténtico clásico. En el mundo hay muchas partidos con rivalidades históricas: AC Milán vs. Inter de Milán, Boca Juniors vs. River Plate, América vs. Guadalajara, entre otros más; pero ninguno tiene la magnitud como un Barcelona-Real Madrid.
Este encuentro tiene la capacidad de paralizar al mundo entero, incluyendo a los habitantes de países enclavados en medio del desierto africano, del altiplano sudamericano, de la región Ártica y Antártica, y a los salvadoreños.
En El Salvador solo el mundial de fútbol, o un partido de selecciones mayores entre México y El Salvador, genera tanta expectativa como el clásico español. ¿Cuáles son las razones? Hay muchas.
Unos dicen que es “malinchismo”, otros sostienen que solo es cuestión de buen fútbol. Lo cierto es que vivimos en una aldea globalizada donde es imposible pasar inadvertidos los grandes eventos mundiales, incluyendo al fútbol.
Además, si al hecho de que el fútbol sea el deporte universal por excelencia le sumamos que es una de las mayores industrias generadoras de dinero en el mundo, es lógico que sus tentáculos seductores estén incrustados en todos los rincones.
Pero el fútbol, además de dinero, genera sentimientos. ¿Qué otra cosa genera tanta pasión, emoción y orgullo en la población? Eso quizá solo lo logra la patria, el sentimiento nacionalista. Pero lo que sí despierta exaltaciones a niveles insospechados es un equipo de fútbol. Lo desata el Barca y el Madrid, y cuando se enfrentan entre ellos, todo se desborda.
Algunos dirán que quizá suene lógico para un partido de la Liga Mayor, pero no para un encuentro de otro país. Eso es cierto, a medias. La otra parte de verdad es que los aficionados quieren disfrutar del buen fútbol, y ese, aunque no nos guste, no lo tienen los equipos locales.
Todos esperan con ansias las jugadas de fantasía de Messi, el olfato goleador de Cristiano Ronaldo, la elegancia y cordura de Guardiola, y los gritos y actitudes provocadoras de Mourinho. No obstante, un clásico Barca-Madrid no solo es cuestión de fútbol, también es cuestión de ideales.
Un amigo me decía que él era seguidor de Barca porque nunca le gustaron los equipos de la capital, porque siempre tenían historias de opresión y poder. Y esa es la historia entre estos dos conjuntos, una plagada de muchos acontecimientos extradeportivos.
No es casualidad que el lema del equipo catalán sea “Más que un club”. No. En la época de Franco, la ciudad condal era un símbolo de la resistencia al régimen, y el club de fútbol se convirtió en la principal tribuna para expresar todo lo que en otras circunstancias no se podía hacer.
Hace poco tiempo surgió en España la idea de esclarecer los títulos conquistados por el Madrid en la época del dictador. Según varias investigaciones, los campeonatos del Madrid se consiguieron con amenazas y otras artimañas.
Ese fue otro motivo para comenzar los interminables alegatos entre los seguidores de los equipos, tanto en España como en el resto del mundo.
Ahora los dardos no van contra Franco y las figuras de la época, si no contra Cristiano Ronaldo y Mourinho. “Son unos arrogantes de lo peor”, me dijo un compañero de trabajo. “Hablan porque saben lo que pueden hacer”, señalaba un seguidor del Madrid.
En general, ese es el tinte de las discusiones entre los seguidores de uno y otro equipo. Siempre recordando la historia deportiva-política, las goleadas, las figuras polémicas, las declaraciones de unos y otros, y en especial, las jugadas de fantasía.
Ahora que el partido se jugará en lunes (por la elecciones en Cataluña, situación que otra vez deja en claro la relación entre el fútbol y la política), y por casualidad muchos tienen el día libre, o se reportaron enfermos en sus trabajos, o se desaparecerán un par de horas por la tarde.
Todo es parte de las pasiones desatadas por el balompié, las pasiones vividas por un aficionado que, como dice Saavedra, conoce lo que es el amor (una parte del amor) porque es hincha de un equipo de fútbol.
lunes, 1 de noviembre de 2010
El día después de la derrota
Un partido Águila-Alianza puede brindarle al aficionado dos sentimientos extremos: la felicidad del triunfo o la amarga tristeza de la derrota. Hoy, un día después del clásico, los aficionados aguiluchos naufragamos en el sinsabor del desastre.
Lo tétrico del asunto es que ese 4-0 fue simplemente la materialización de una goleada anunciada, esa dolorosa caída que llegaría tarde o temprano como consecuencia de los problemas internos del Águila. Pero que la derrota la firmara el Alianza, eso fue como ponerle sal a la herida.
Al final de los 90 minutos, los que más sufrieron fueron los aficionados, esos que se desplazaron desde San Miguel y otros lugares del país (como lo dice la barra negro-naranja con orgullo, ellos son los dueños de la mitad más uno de los aficionados al fútbol salvadoreño), los que hicieron fila desde temprano, los que cantaron el “Águila Negra” y tocaron “El carnaval de San Miguel”, los que avivaron al equipo con un sonoro “¡Águila! ¡Águila!”, los que aplaudieron cada regate de Shawn Martin y que terminaron abucheando al equipo por el simple hecho de hacer algo ante la algarabía blanca.
En los sectores teñidos con los colores del Águila, de la ilusión de la revancha por el 0-2 propinado por los albos en San Miguel, se pasó a la decepción total.
La búsqueda de respuestas llevó a algunos a culpar del descalabro a jugadores como el “pato” Barroche y Alfredo Pacheco. Incluso, a raíz de un penalti errado por Pacheco en el segundo tiempo, un señor sentado a mi lado en la tribuna me planteó una teoría sobre el bajo rendimiento del futbolista.
“Como él es ex fasista, por eso no le importa si el Águila gana o pierde. Yo creo que él está aquí como una especie de ‘espía’. Ya va a ver que se regresará al Fas, como Murgas…”, decía con un tono de enfado.
Y con cada gol llegaban más reclamos, más enojo, más decepción, más preguntas. ¿Por qué no jugó Miguel Montes?, ¿Por qué dejaron a Barroche en el terreno hasta el final del partido?, ¿Quién es el culpable de esta goleada?, ¿Podrá clasificarse el Águila a semifinales?, ¿Será que los jugadores quieren ejercer alguna presión con estos resultados?.
Eraldo Correia dice que el marcador refleja la calidad de juego de los aliancistas. Esa es una verdad a medias, porque la otra parte es la de un cuadro con serios problemas internos.
Los cambios constantes del cuerpo técnico, el despido de futbolistas, trabajar siempre bajo advertencias de retención de salarios, entre otros hechos insólitos, están pasando la factura; lo grave es que ya se refleja en la cancha. De lo contrario, ¿por qué nadie quiso tomar el gafete de capitán con la salida de Ramón Sánchez?
Este 4-0 sólo vino a demostrar, una vez más, que el Águila necesita gente que construya un proyecto serio, que camine por la senda de la tan anhelada “continuidad” en el fútbol salvadoreño, con personas conocedoras del fútbol y todo lo que este maravilloso deporte implica.
Lo demás ya lo tiene, títulos, historia, buenos jugadores y una afición que a pesar de navegar por aguas turbulentas demuestra su fidelidad en cada partido.
Lo tétrico del asunto es que ese 4-0 fue simplemente la materialización de una goleada anunciada, esa dolorosa caída que llegaría tarde o temprano como consecuencia de los problemas internos del Águila. Pero que la derrota la firmara el Alianza, eso fue como ponerle sal a la herida.
Al final de los 90 minutos, los que más sufrieron fueron los aficionados, esos que se desplazaron desde San Miguel y otros lugares del país (como lo dice la barra negro-naranja con orgullo, ellos son los dueños de la mitad más uno de los aficionados al fútbol salvadoreño), los que hicieron fila desde temprano, los que cantaron el “Águila Negra” y tocaron “El carnaval de San Miguel”, los que avivaron al equipo con un sonoro “¡Águila! ¡Águila!”, los que aplaudieron cada regate de Shawn Martin y que terminaron abucheando al equipo por el simple hecho de hacer algo ante la algarabía blanca.
En los sectores teñidos con los colores del Águila, de la ilusión de la revancha por el 0-2 propinado por los albos en San Miguel, se pasó a la decepción total.
La búsqueda de respuestas llevó a algunos a culpar del descalabro a jugadores como el “pato” Barroche y Alfredo Pacheco. Incluso, a raíz de un penalti errado por Pacheco en el segundo tiempo, un señor sentado a mi lado en la tribuna me planteó una teoría sobre el bajo rendimiento del futbolista.
“Como él es ex fasista, por eso no le importa si el Águila gana o pierde. Yo creo que él está aquí como una especie de ‘espía’. Ya va a ver que se regresará al Fas, como Murgas…”, decía con un tono de enfado.
Y con cada gol llegaban más reclamos, más enojo, más decepción, más preguntas. ¿Por qué no jugó Miguel Montes?, ¿Por qué dejaron a Barroche en el terreno hasta el final del partido?, ¿Quién es el culpable de esta goleada?, ¿Podrá clasificarse el Águila a semifinales?, ¿Será que los jugadores quieren ejercer alguna presión con estos resultados?.
Eraldo Correia dice que el marcador refleja la calidad de juego de los aliancistas. Esa es una verdad a medias, porque la otra parte es la de un cuadro con serios problemas internos.
Los cambios constantes del cuerpo técnico, el despido de futbolistas, trabajar siempre bajo advertencias de retención de salarios, entre otros hechos insólitos, están pasando la factura; lo grave es que ya se refleja en la cancha. De lo contrario, ¿por qué nadie quiso tomar el gafete de capitán con la salida de Ramón Sánchez?
Este 4-0 sólo vino a demostrar, una vez más, que el Águila necesita gente que construya un proyecto serio, que camine por la senda de la tan anhelada “continuidad” en el fútbol salvadoreño, con personas conocedoras del fútbol y todo lo que este maravilloso deporte implica.
Lo demás ya lo tiene, títulos, historia, buenos jugadores y una afición que a pesar de navegar por aguas turbulentas demuestra su fidelidad en cada partido.
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