jueves, 21 de abril de 2011

Una cita aplazada por el destino


Horas antes de la final de la Copa del Rey, las discusiones entre los expertos del fútbol (los periodistas deportivos y los aficionados) se centraban entre si Pep Guardiola se equivocaba o no al mandar a defender la portería azulgrana a José Manuel Pinto.
El arquero, de 35 años, lleva poco más de tres temporadas en el Barcelona. En ese tiempo ha jugado unos cuantos partidos como titular, aunque se ha destacado más por ser un espectador del show culé.
Sin embargo, Pinto había jugado todos los partidos de la Copa del Rey de esta temporada. Para Guardiola, un hombre sensato y lógico, lo más acertado era que el guardameta disputara la final. Y lo dijo antes del juego: “Serán Pinto y diez más”.
Tal espaldarazo parecía el presagio de una gesta épica, el preámbulo de una página gloriosa para el arquero disciplinado y paciente.
El partido comenzó y allí estaba Pinto, con sus trenzas y la serenidad que lo caracterizan. Pinto fue exigido desde el principio por un Madrid que sorprendió a todos con sus intentos de atacar (quizá hasta ellos mismos), en los primeros 45 minutos.
Pinto defendía con los puños, salía de su área para pasarle el balón a sus compañeros, daba indicaciones. Pinto era el mejor de los once del Barca.
En el segundo tiempo se invirtieron los roles, es decir que todo volvió a la normalidad: El Barca tuvo la posesión del balón, tocaba, abría espacios, atacaba…y Pinto era un espectador más bajo los tres postes.
¿Qué habrá pensado Pinto en esos minutos de soledad en el arco? A lo mejor creyó que el juego arrollador de sus compañeros acabaría en un gol, o dos o tres, y la gloria sería suya. Quizá pensó que quienes criticaron la decisión de Guardiola por darle la titularidad terminarían dándole la razón al entrenador. Quizá se imaginó levantando la Copa, dándole la vuelta al campo como lo hacen los campeones, dedicándole palabras hermosas a su familia.
Y todo indicaba que el destino jugaba a su favor, en especial cuando se llegó al tiempo extra y asomaban los penaltis. Quizá, para enfatizar el momento, el destino quería que todo se definiera con un mano a mano entre el considerado mejor portero del mundo, Iker Casillas, y Pinto, el eterno suplente.
Pero como el fútbol es extraño, cuando el Barca apretaba en la mitad de la cancha defendida por el Madrid y su dominio era absoluto, un contragolpe del Madrid terminó con las ilusiones del guardameta (y millones de seguidores en todo el mundo).
De la nada apareció Cristiano Ronaldo para cabecear el balón y ‘fusilar’ a Pinto. ¡Qué cruel puede llegar a ser el fútbol! En un segundo, la tarde gloriosa de Pinto se convirtió en su peor pesadilla.
Esta vez el destino le quitó la gloria de la forma más vil, porque primero lo dejó acariciarla para después arrebatarla de sus manos.

martes, 19 de abril de 2011

Sufrimiento al cuadrado


Dicen los cardiólogos que el estrés emocional generado por los partidos de fútbol de alto nivel duplican las posibilidades de sufrir un infarto. La interrogante es ¿a cuánto asciende el porcentaje cuando se enfrenta el Barcelona con el Real Madrid?
De todas maneras, en los últimos días estas cifras se han cuadriplicado a raíz de los cuatro clásicos del fútbol español –y mundial-, a disputarse en menos de un mes.
Quizá el de menor intensidad de los cuatro era el primer juego, el de la Liga Española. No es que no les importara a los futbolistas, y menos a los aficionados, en especial a los que un partido de cualquier naturaleza les brinda la razón ideal para perderse entre las copas en medio de la multitud.
Pero ese juego no era “tan importante” porque ganara uno o perdiera el otro, el Barcelona siempre estaría al frente, y sobre todo porque quedarían otras fechas para extender la esperanza de conquistar el título.
Sin embargo, el juego sin retorno, el de vida o muerte, el del orgullo y el que dará impulso para el resto de la temporada es la final de la Copa del Rey.
Allí se juega un título, el orgullo de ser llamados campeones y, en especial, el vencedor tendrá el estímulo necesario para enfrentarse a las semifinales de la Liga de Campeones.
Este miércoles 20 de abril no habrá otro mañana para ninguno de los dos equipos. Ese “miércoles Santo” no habrá mañana para el aficionado de corazón azulgrana o el de sangre blanca.
Dos clásicos en un lapso de cuatro días es un placer para el aficionado, y cuatro en menos de un mes es un auténtico paraíso solo comparado con los días del Mundial de Fútbol. Porque luego de la Copa del Rey vienen las semifinales de la Champions, otros 180 minutos de adrenalina total.
En los últimos días todos hablan sobre los partidos, auguran goleadas, especulan alineaciones, veneran o desprecian al pulpo “Iker” dependiendo a quién le presagie la victoria. Pero hay otros más sentimentales para quienes nunca habrá otro como el pulpo “Paul”, aquél que maravilló a los españoles y hundió a los argentinos, alemanes y holandeses en el Mundial de Sudáfrica 2011 con sus predicciones.
A esta altura del mes, y con tres clásicos en el horizonte, a nadie le importa el aumento de la tarifa eléctrica, la canasta básica, la gasolina y el subsidio al gas.
Parece que la única preocupación es estar al tanto sobre cuánto aumentan las pulsaciones del corazón al acercarse el partido, a cuántos decibelios sonará el himno de España o el de la UEFA en los actos protocolarios (y si es lo suficientemente alto para apagar los silbatazos del público), en cuántos goles terminará anotando Messi al final de la temporada y en otras cosas no menos importantes para el hincha.
Al final, para el aficionado, el sufrimiento solo es un tramo en el camino hacia la gloria, la felicidad absoluta, el éxtasis total que solo se tiene cuando el árbitro pita el final del partido.
Y si el equipo de sus amores gana, todo habrá valido la pena. Si el equipo de sus amores pierde…de todas maneras siempre quedará la esperanza de la revancha deportiva.