domingo, 22 de agosto de 2010

Las historias paralelas del fútbol


Hace más de un mes que terminó el mundial de fútbol de Sudáfrica 2010, pero el mes que duró el evento -al menos para quienes amamos el fútbol- nos parecieron días de júbilo.
Ese sentimiento de placer tenía muchas causas: por primera vez una nación africana organizaba la Copa del Mundo, la mítica figura de Nelson Mandela era el centro de atención de millones de personas a lo largo y ancho del planeta, algunas de las mejores figuras del balompié se congregaron en Sudáfrica, los equipos de América hicieron un gran torneo y, además, la justa acabó con una campeona inédita, España.
Y ¿qué quedó de toda esa algarabía? Los sentimientos, y eso no se logra con ninguna inversión monetaria.
En los sudafricanos quedó la sensación de que sí pudieron organizar el evento, en especial cuando varios años antes les negaron la oportunidad de la forma más injusta.
Los sudafricanos revivieron el espíritu de unidad que experimentaron en 1995, cuando organizaron y se coronaron campeones de la Copa del Mundo de Rugby. Ellos mostraron al mundo su cultura, la calidez de su gente y sus bellezas naturales.
Y nosotros, ¿con qué nos quedamos? Con los sentimientos, los momentos compartidos, las experiencias y hasta nuevos amigos.
Sin embargo, todo esto comenzó desde la etapa eliminatoria, cuando El Salvador clasificó a la hexagonal final después de 12 años de ausencia.
En esa fase hubo un momento memorable: el triunfo ante México en el Estadio Cuscatlán. Esa victoria 2 a 1 es única, significativa, la clase de historia para contar a los hijos y nietos, el tipo de relato que se puede repetir cientos de veces y siempre produce ese escalofrío en la espina dorsal y ese golpe súbito en el corazón.
Esa es la emoción de fútbol, capaz de hacer que más de 30 mil personas en un estadio se conviertan en una sola, compartan el mismo anhelo y los mismos sentimientos. Eso es lo mejor del fútbol, pero muy pocas veces se ve, se aprovecha y se le da la importancia que merece.
Los primeros en opinar son los "intelectuales", quienes consideran el "espectáculo de masas" uno de los mayores distractores de la realidad nacional. Y tonto sería decir que no lo es, y peor aún decir que la gente no lo necesita; pero el error más grave es ignorar los elementos históricos, sociológicos, antropológicos y culturales que arrastra el fútbol en cualquier rincón del mundo.
Aquí hubo una guerra contra Honduras en 1969 y, entre sus muchas causas, el fútbol estuvo presente. Y qué decir de la rivaldiad entre México y El Salvador. Entre las muchas causas, allí también está el fútbol. Y si Hugo Sánchez dijo que en Centroamérica se jugaba con pelota cuadrada, allí estaban once jugadores dispuestos a demostrarle que con el orgullo patrio no se juega. Y que si el Alianza y el Águila son una especie de patrimonio nacional es porque han ganado campeonatos internacionales y llevado el nombre de El Salvador más allá de las fronteras.
Eso es el fútbol, un juego de once contra once capaz de construir historias paralelas al ritmo de los pases y los goles en el terreno de juego.
Por eso nos atrapa, por eso nos gusta, por eso lo disfrutamos. Y quien no ve más allá de los 22 hombres en pantalones cortos corriendo de un lado a otro, ese sí está alejado de la realidad nacional.

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