Dicen los neurólogos y otros expertos en la materia que bastan dos horas para comenzar a olvidar lo aprendido, situación que da origen a la famosa “curva del olvido”.
En El Salvador parece que somos especialistas en transitar por esa curva, o quizá la realidad es que ya nos instalamos en ella. El último ejemplo claro de este fenómeno lo puso la selección de fútbol de amputados.
Es triste que para asistir al mundial de su especialidad celebrado en Argentina y clausurado este día, el equipo y cuerpo técnico haya tenido que hacer malabares para completar el dinero de los boletos.
A su doble esfuerzo desplegado en los terrenos de juego todavía deben añadirle los innumerables problemas extradeportivos.
Y tras comenzar sus andares por tierras sudamericanas, a nadie pareció importarle cuál era su desempeño. Su participación apenas valió para un recuadro en las páginas deportivas, esas plagadas de fútbol internacional o escándalos de la Liga Mayor.
La selecta, esa a la que muchos califican de inspiradora, la del reflejo de las segundas oportunidades en el fútbol y en la vida, pareció no existir para esta sociedad.
Al final de su travesía logró un noveno lugar, un puesto valioso tras casi dos décadas de no participar en torneos de gran escala.
A lo mejor todos esos años de ausencia hacen ver lejanos aquellos tres campeonatos del mundo conquistados de forma consecutiva (1987, 1988, 1989), y los dos subcampeonatos (1990 y 1991). A otros quizá la tan famosa “curva del olvido” se los arrebató de golpe de su memoria.
Lo cierto es que no hay excusas para abandonar a estos atletas que luchan todos los días por demostrarse a sí mismos que ninguna discapacidad puede limitarle sus sueños.
Y si su esfuerzo no logra sensibilizarnos un poco, quizá sea una señal de que nos estamos moviendo al nivel más profundo de la “curva del olvido”.
viernes, 29 de octubre de 2010
viernes, 15 de octubre de 2010
Historias de fútbol
Hace unos días descubrí que la tragedia amorosa entre Romeo y Julieta inspiró una ecuación matemática que más tarde se utilizaría para explicar, en parte, cómo determinadas situaciones acercan a la gente aunque vivan a miles de kilómetros de distancia.
Hoy no descubrí ninguna teoría matemática inspirada en las relaciones amorosas, pero sí confirmé dos cosas: que la gente está ávida de contar historias y que muchas de ellas tienen que ver con el fútbol.
Era muy temprano en la mañana y viaja en un bus pensando en cómo resolver unos inconvenientes de último momento relacionados con el cierre de una revista. No escuchaba la música estridente, ni las conversaciones de la gente, ni el ruido de los carros al circular. Nada. Mi mente divagaba en otro mundo.
De forma repentina, un hombre que estaba sentado a mi lado me empezó a decir que a él le gustaba mucho el fútbol. Lo primero que pensé al salir del trance en el que me encontraba fue: “Hoy no, por favor. Quiero pensar en cómo resolver todos los líos que tengo”.
Pero al hombre poco le importó mi gesto de indiferencia y continúo su historia. Luego pensé: “¿Será que reflejo que me gusta el fútbol?”.
Como no podía hacer nada para que parara de hablar, me dediqué a escucharlo. En cuestión de 20 minutos me narró cómo había ingresado al fútbol aficionado, cómo cobraba los tiros libres y los penaltis, cómo gracias al fútbol conoció a quien más tarde sería su esposa y cómo el fútbol se había convertido en un estilo de vida.
Incluso me dijo que en una ocasión, después de un partido, una muchacha muy bonita le pidió su camiseta. El siguiente fin de semana la mucha regresó a la cancha y se la devolvió, no porque hubiera perdido el interés, si no con el ofrecimiento de lavársela todas las semanas.
Así, si buscarlo, se convirtió en una especie de héroe. Ahora dice que se dedica al “papi fútbol”, porque a su edad es lo único que se puede hacer. Eso sí, me recalcó, en sus años mozos todo lo apodaban “El matador”, por su olfato goleador.
Cuando se bajó del bus, me quedé pensando en la necesidad que tiene la gente de ser escuchada, de sentir que su historia de vida es importante y que a veces estamos tan metidos en nuestros rollos que no vemos a quien está al lado.
A este hombre el fútbol le dio el pase a su gloria personal y lo hizo sentirse importante. Esas son las bondades del fútbol, a cualquier escala.
Hoy no descubrí ninguna teoría matemática inspirada en las relaciones amorosas, pero sí confirmé dos cosas: que la gente está ávida de contar historias y que muchas de ellas tienen que ver con el fútbol.
Era muy temprano en la mañana y viaja en un bus pensando en cómo resolver unos inconvenientes de último momento relacionados con el cierre de una revista. No escuchaba la música estridente, ni las conversaciones de la gente, ni el ruido de los carros al circular. Nada. Mi mente divagaba en otro mundo.
De forma repentina, un hombre que estaba sentado a mi lado me empezó a decir que a él le gustaba mucho el fútbol. Lo primero que pensé al salir del trance en el que me encontraba fue: “Hoy no, por favor. Quiero pensar en cómo resolver todos los líos que tengo”.
Pero al hombre poco le importó mi gesto de indiferencia y continúo su historia. Luego pensé: “¿Será que reflejo que me gusta el fútbol?”.
Como no podía hacer nada para que parara de hablar, me dediqué a escucharlo. En cuestión de 20 minutos me narró cómo había ingresado al fútbol aficionado, cómo cobraba los tiros libres y los penaltis, cómo gracias al fútbol conoció a quien más tarde sería su esposa y cómo el fútbol se había convertido en un estilo de vida.
Incluso me dijo que en una ocasión, después de un partido, una muchacha muy bonita le pidió su camiseta. El siguiente fin de semana la mucha regresó a la cancha y se la devolvió, no porque hubiera perdido el interés, si no con el ofrecimiento de lavársela todas las semanas.
Así, si buscarlo, se convirtió en una especie de héroe. Ahora dice que se dedica al “papi fútbol”, porque a su edad es lo único que se puede hacer. Eso sí, me recalcó, en sus años mozos todo lo apodaban “El matador”, por su olfato goleador.
Cuando se bajó del bus, me quedé pensando en la necesidad que tiene la gente de ser escuchada, de sentir que su historia de vida es importante y que a veces estamos tan metidos en nuestros rollos que no vemos a quien está al lado.
A este hombre el fútbol le dio el pase a su gloria personal y lo hizo sentirse importante. Esas son las bondades del fútbol, a cualquier escala.
jueves, 14 de octubre de 2010
El partido más duro
“Fue el partido más largo y más duro”, dijo Franklin Lobos tras ser rescatado de la mina San José, en Chile. Lobos, un ex futbolista profesional, fue el minero 27 en salir a la superficie luego de permanecer 70 días a 700 metros de profundidad.
A sus 58 años, Franklin se encargaba de transportar a sus compañeros hasta el fondo del yacimiento. Tenía cinco años de trabajar allí, y otros tantos de hacer todo tipo de labores tras retirarse del fútbol profesional.
Aunque se pasó gran parte de su carrera en segunda división, coincidió en los terrenos de juego con Iván Zamorano y fue seleccionado nacional en la década del 80. Lobos ayudó a la “Roja” a clasificarse a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84 y también disputó una Copa Libertadores.
Pero todos estos logros deportivos no le aseguraron su futuro ni el de su familia, teniendo que abrirse puertas en otras áreas. Lo triste es que su historia podría ser con facilidad la historia de muchos futbolistas salvadoreños.
¿Qué le espera a un futbolista profesional tras su retiro? O mejor dicho ¿Cuáles son las condiciones en las que desarrollan su profesión?
Que las canchas estén en malas condiciones y que se tripliquen los riesgos de lesiones es lo mínimo, aunque no debería ser así. Pero comparado con situaciones como la falta de seguro social, seguro médico y la impuntualidad en los pagos, el estado del terreno sale sobrando.
La tragedia de Nelson Rivera dejó en evidencia, una vez más, la necesidad de que los futbolistas gocen de prestaciones médicas.
Rivera recibió atención médica en un hospital del Seguro Social gracias a la extensión de beneficios por un convenio entre el ISSS y el INDES, no porque estuviera asegurado.
¿En qué plano queda la familia cuando un futbolista muere? ¿y qué pasa en caso de una lesión que les imposibilite jugar de por vida? ¿qué les espera tras el retiro?
De todos es conocido que una vez se traspasa la barrera de los 30 años, la carrera del futbolista va en picada. Y no es cuestión de pérdida de cualidades técnicas y tácticas, se trata de la tendencia de los equipos de alimentar sus plantillas con gente joven.
Algunos piensan en convertirse en entrenadores, y lo hacen. Otro gran porcentaje termina ocupado en actividades que tienen poca relación con la profesión que tanto aman.
A los futbolistas salvadoreños no les queda más que aprovechar esos años de éxito y comenzar a pensar desde entonces alternativas para su futuro laboral. Sin prestaciones de ningún tipo, a los futbolistas salvadoreños también les toca jugar su partido más duro jornada tras jornada.
A sus 58 años, Franklin se encargaba de transportar a sus compañeros hasta el fondo del yacimiento. Tenía cinco años de trabajar allí, y otros tantos de hacer todo tipo de labores tras retirarse del fútbol profesional.
Aunque se pasó gran parte de su carrera en segunda división, coincidió en los terrenos de juego con Iván Zamorano y fue seleccionado nacional en la década del 80. Lobos ayudó a la “Roja” a clasificarse a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84 y también disputó una Copa Libertadores.
Pero todos estos logros deportivos no le aseguraron su futuro ni el de su familia, teniendo que abrirse puertas en otras áreas. Lo triste es que su historia podría ser con facilidad la historia de muchos futbolistas salvadoreños.
¿Qué le espera a un futbolista profesional tras su retiro? O mejor dicho ¿Cuáles son las condiciones en las que desarrollan su profesión?
Que las canchas estén en malas condiciones y que se tripliquen los riesgos de lesiones es lo mínimo, aunque no debería ser así. Pero comparado con situaciones como la falta de seguro social, seguro médico y la impuntualidad en los pagos, el estado del terreno sale sobrando.
La tragedia de Nelson Rivera dejó en evidencia, una vez más, la necesidad de que los futbolistas gocen de prestaciones médicas.
Rivera recibió atención médica en un hospital del Seguro Social gracias a la extensión de beneficios por un convenio entre el ISSS y el INDES, no porque estuviera asegurado.
¿En qué plano queda la familia cuando un futbolista muere? ¿y qué pasa en caso de una lesión que les imposibilite jugar de por vida? ¿qué les espera tras el retiro?
De todos es conocido que una vez se traspasa la barrera de los 30 años, la carrera del futbolista va en picada. Y no es cuestión de pérdida de cualidades técnicas y tácticas, se trata de la tendencia de los equipos de alimentar sus plantillas con gente joven.
Algunos piensan en convertirse en entrenadores, y lo hacen. Otro gran porcentaje termina ocupado en actividades que tienen poca relación con la profesión que tanto aman.
A los futbolistas salvadoreños no les queda más que aprovechar esos años de éxito y comenzar a pensar desde entonces alternativas para su futuro laboral. Sin prestaciones de ningún tipo, a los futbolistas salvadoreños también les toca jugar su partido más duro jornada tras jornada.
martes, 5 de octubre de 2010
Tristeza
Qué triste que todos los días algún salvadoreño tenga que despertarse y experimentar el vacío dejado por un ser querido.
Qué triste ver un horizonte gris, saber que a quien amas se convierte en una cifra más, que ya no habrán más sueños, ilusiones y esperanzas.
Qué triste e injustas parecen las cosas cuando se le arrebata la vida a un joven de 19 años de edad.
Y lo más triste de todo es no vislumbrar la forma de detener tanta violencia que carcome día a día a la sociedad salvadoreña.
Descansa en paz Nelson Rivera.
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