Dicen los neurólogos y otros expertos en la materia que bastan dos horas para comenzar a olvidar lo aprendido, situación que da origen a la famosa “curva del olvido”.
En El Salvador parece que somos especialistas en transitar por esa curva, o quizá la realidad es que ya nos instalamos en ella. El último ejemplo claro de este fenómeno lo puso la selección de fútbol de amputados.
Es triste que para asistir al mundial de su especialidad celebrado en Argentina y clausurado este día, el equipo y cuerpo técnico haya tenido que hacer malabares para completar el dinero de los boletos.
A su doble esfuerzo desplegado en los terrenos de juego todavía deben añadirle los innumerables problemas extradeportivos.
Y tras comenzar sus andares por tierras sudamericanas, a nadie pareció importarle cuál era su desempeño. Su participación apenas valió para un recuadro en las páginas deportivas, esas plagadas de fútbol internacional o escándalos de la Liga Mayor.
La selecta, esa a la que muchos califican de inspiradora, la del reflejo de las segundas oportunidades en el fútbol y en la vida, pareció no existir para esta sociedad.
Al final de su travesía logró un noveno lugar, un puesto valioso tras casi dos décadas de no participar en torneos de gran escala.
A lo mejor todos esos años de ausencia hacen ver lejanos aquellos tres campeonatos del mundo conquistados de forma consecutiva (1987, 1988, 1989), y los dos subcampeonatos (1990 y 1991). A otros quizá la tan famosa “curva del olvido” se los arrebató de golpe de su memoria.
Lo cierto es que no hay excusas para abandonar a estos atletas que luchan todos los días por demostrarse a sí mismos que ninguna discapacidad puede limitarle sus sueños.
Y si su esfuerzo no logra sensibilizarnos un poco, quizá sea una señal de que nos estamos moviendo al nivel más profundo de la “curva del olvido”.
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