sábado, 4 de diciembre de 2010
Retrato de una victoria
Sigo en éxtasis. No hay más. ¿En qué otro estado se puede encontrar un aficionado cuando su equipo gana, y más aún si esa victoria representa la clasificación a un mundial? Eso hizo hoy la selección de fútbol playa de El Salvador: ganar y clasificarse al Mundial de Italia 2011.
El presentimiento de la victoria flotaba en el ambiente desde que comenzó la eliminatoria, gracias a los logros pasados de estos “pescadores de corazones” –como los llaman ahora los comentaristas deportivos mexicanos.
Los salvadoreños llegaban a la semifinal invictos tras imponerse a Canadá 6 a 3, vencer a Jamaica 10 a 8 en uno de los partidos más intensos del premundial, y cerrar la primera ronda con un triunfo in extremis ante México con marcador de 4 a 3, y que requirió la definición desde el manchón de penalti.
Por eso hoy, sobre la arena, la confianza estaba del lado de la azul y blanco. No es que Costa Rica careciera de talento, de sobre comprobado luego de poner contra las cuerdas a la selección de los Estados Unidos en el cierre de su grupo. Tampoco era cuestión de garra, porque tanto los salvadoreños como los ticos hicieron gala de ella durante todo el torneo. Quizá, al final, todo se trató de una intervención divina.
Porque allí estaban los salvadoreños, nadando contracorriente frente a los ticos, con la desventaja de dos goles. Lo mismo les pasó en el juego contra México, duelo en el que se impusieron con garra y entrega. Por cosas del destino, ambos encuentros terminaron 3-3 en los minutos reglamentarios, y en los dos partidos la Selecta se llevó la victoria en la “ruleta rusa” de los penaltis.
Y si hubo intervención divina, me quedo tranquila de haber hecho mi parte. ¿Qué más podía hacer sino elevar plegarias por los representantes cuscatlecos? ¡Cómo se sufre a la distancia! En esa hora de partido (contando los “tiempos muertos”, los descansos, el extra tiempo y demás), pasé de la agonía a la dicha total.
Pararse, sentarse otra vez, volver a pararse para ir por agua, buscar boquitas en la alacena, tomar más agua, darle más volumen al televisor, juntar las manos y pedir la gracia divina, gritar, caminar de un lado a otro…Esos fueron mis momentos de espera, la expectativa ante el parto del triunfo en el terreno de juego.
Los postes, las “benditas” manos del arquero tico, la falta de puntería de los nuestros hacían latir mi corazón a niveles insospechados. Manos frías, una voz interior repitiendo una y otra vez “¡Vamos, El Salvador!”, imágenes de La Pirraya, todo se juntaba en mi cerebro. Un penalti bien cobrado por ambas selecciones en la “ruleta rusa”, y más tensión.
El último tiro quedó grabado en mi memoria. Agustín toma la número 5. Con la mayor delicadeza de sus manos fuertes tras toda una vida dedicada a la pesca artesanal, el delantero hace círculos en la arena para crear un montículo donde acomoda la esférica de un amarillo intenso. Da un par de pasos hacia atrás, se pone las manos en la cintura y con un dejo de timidez clava su mirada en la portería.
En la media cancha, los cuscatlecos están tumbados, con los rostros sobre la arena. Unos apenas levantan la cabeza para ver el trabajo de Agustín, mientras otros juntan sus manos con fuerza.
Agustín da unos pasos al frente con determinación, golpea el balón con fuerza, la bola se cuela en la parte derecha de la portería y ¡gol! Es el segundo penalti fructífero para El Salvador. Falta que cobre Costa Rica.
El tico se dirige al punto de lanzamiento. Parece tranquilo. Sus compañeros están de rodillas en el terreno. El arquero salvadoreño Eleodoro Portillo avanza con paso lento y firme a defender la meta. El tico golpea el balón y ¡falla! Los salvadoreños explotan llenos de júbilo. ¡El Salvador está en el Mundial!
¡Qué bien se siente que El Salvador sobresalga en algo! Es más, qué bien se siente que El Salvador ahora sea una potencia del fútbol playa en la región. Todo gracias al esfuerzo y la disciplina de estos hombres capaces de mezclar la pesca y el fútbol. Ahora solo resta decir: ¡Hasta pronto Italia!
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