martes, 31 de mayo de 2011
Ahora tengo una historia que contar
Desde que tengo uso de razón he escuchando las historias de los grandes equipos de fútbol que dejaron su huella en la historia: “La naranja mecánica” de los 70, creadores del “fútbol total” con el mítico Johan Cruyff en la cancha; la selección brasileña que conquistó tres Copas del Mundo con Pelé, el Santos liderado por “O Rei”, El Milán de Arrigo Sacchi, el “Dream Team” del Barcelona en los 90.
Entre los conjuntos salvadoreños tampoco faltaban las anécdotas de los años de gloria del Alianza, el Águila, el FAS, el Atlético Marte y hasta la misma selección que participó en los Mundiales de 1970 y 1982. Y siempre me pregunté si algún día vería algo parecido.
Desde que tengo uso de razón, las grandes competiciones futbolísticas se han caracterizado por un juego raquítico, especulativo, a la defensiva, enredado en el medio campo, sin propuestas y nada excepcional ante los ojos de los espectadores.
Salvo algunos chispazos esporádicos de algunos equipos, nadie parecía salirse de ese guión.
Pero por suerte para los aficionados de mi generación apareció el Barcelona de Josep Guardiola, ese equipo que en lugar de futbolistas parece tener magos con el balón, en especial cuando la bola pasa por los pies de Messi, Xavi e Iniesta.
Aunque desde hace un par de temporadas venían demostrando un fútbol excepcional, en la final de la Liga de Campeones dejaron claro que ningún adjetivo es suficiente para calificar lo mostrado sobre el césped. Ninguno.
Eso fue espectáculo puro. Toque, pases perfectos, jugadas de fantasía, goles de ensueño. Es más, durante los últimos 45 minutos solo pensaba en el Barcelona como un bailarín solitario en la pista.
Han pasado un par de días y veo una y otra vez el partido. Vale la pena hacerlo. Vale la pena grabarse en la mente cada jugada, porque todas ya son parte de las páginas más gloriosas del fútbol mundial.
Por si fuera poco, la última imagen, la de Abidal levantando la copa de campeones luego de superar en tiempo récord una operación por un tumor en el hígado, fue el mejor ejemplo de que el Barcelona es más que un club.
Puyol, quien podía pasar a la historia por alzar en tres ocasiones el trofeo, cedió ese derecho a Abidal, en un gesto de compañerismo que ya se creía extinto en el deporte profesional.
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