martes, 10 de enero de 2012
El gol del siglo según Sacheri
Hay pocas cosas que recuerdo de 1986. La más clara es el terremoto que sacudió San Salvador ese año, pero también hay otra que se calcó en mi mente a fuerza de repeticiones: el Mundial de fútbol de México.
Un mes entero de fútbol a todas horas del día tenían que dejar su huella. Sin embargo mi mente infantil se centró en “Pique”, el chile con sombrero de charro y un balón en el pie que fue la mascota del evento.
Si hubiera tenido conciencia de lo que pasaba en la cancha, en lugar de “Pique” hoy recordaría las gambetas de Maradona. Por suerte el paso del tiempo no borró las hazañas del 10, por el contrario, se encargó de hacer más grande su leyenda.
Y fue justo en México, en 1986, cuando escribió su página más gloriosa al coronarse campeón con Argentina y convertirse en el mejor futbolista del mundo. De paso, para llegar a la cima transitó por la ruta más dulce para los argentinos: pasarle encima a los ingleses.
Con dos goles, uno recordado como “la mano de dios” y otro para enmarcar catalogado como “el mejor gol de todos los tiempos”, Maradona fue el encargado de portar la bandera de la Argentina en el césped del Azteca.
“No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres”.
Este fragmento del cuento Me van a tener que disculpar, de Eduardo Sacheri, dice todo lo que significó para los argentinos ese encuentro. Orgullo patriótico defendido por once hombres en la cancha.
En su relato Sacheri también menciona la descarga de sentimientos desatados con cada gol del “pibe de oro”, y cómo las dos veces que el balón besó las redes sanó un poco las heridas por la Guerra de las Malvinas ocurrida cuatro años antes.
Lo interesante del relato de Sacheri es que ni siquiera menciona las islas o el conflicto. Con Sacheri las emociones son suficientes.
“Porque el afano estaba bien, pero era poco. Porque el afano de ellos era demasiado grande. Así que faltaba humillarlos por las buenas. Inmortalizarlos para cada ocasión en que ese gol volviese a verse una vez y otra vez y para siempre, en cada rincón del mundo. Ellos volviendo a verse una y mil veces hasta el cansancio en las repeticiones incrédulas. Ellos pasmados, ellos llegando tarde al cruce, ellos viéndolo todo desde el piso, ellos hundiéndose definitivamente en la derrota, en la derrota pequeña y futbolera y absoluta y eterna e inolvidable”.
Y desde entonces parece que el tiempo se encargó de inmortalizar a esos hombres vestidos con pantaloncillos cortos, de mantener cada cosa es su lugar y retener ese momento en la más perfecta de las formas.
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