Cuatro años después se repite la misma historia. La selección brasileña se despide del mundial sin pena ni gloria, otra vez en cuartos de final, sólo que ahora a manos de Holanda.
Era sólo cuestión de tiempo la caída de la pentacampeona del mundo, porque su fútbol no convenció nunca. Es cierto que con este estilo de juego ganó la Copa América en el 2007, la Copa Confederaciones en el 2009 y se clasificó primera para el Mundial; sin embargo, esta vez las individualidades de sus estrellas fueron ínfimas y los desaciertos en defensa llegaron en el momento menos indicado.
Kaká llegó apenas recuperado de una lesión que lo mantuvo el final de la temporada alejado de los terrenos de juego y en Sudáfrica no mostró su mejor nivel. Luis Fabiano no terminó de explotar en ataque, la lesión de Elano dejó un hueco en el plantel y lo inimaginable -una mala salida de Julio César y descuidos en la marca- pusieron el punto final a la expedición canarinha.
A lo largo del torneo hizo falta mayor creación -quizá con Ronaldinho la situación hubiera cambiado- e hizo falta efectividad. Robinho ofreció algunas pinceladas de ese juego bonito que caracteriza a Brasil, pero eso no fue suficiente. A lo mejor Pato hubiera escrito una historia diferente en el ataque.
Ahora Dunga dijo adiós en medio de las críticas por sus decisiones técnicas. Ahora Brasil debe nombrar un técnico que le devuelva la identidad y la alegría, y sobre todo, la ilusión.
La próxima cita será en su casa, en Brasil 2014, y allí ya no habrán excusas que valgan, si es que cuentan en un país donde el fútbol es prioridad nacional.
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