martes, 24 de agosto de 2010

En lo que termina un “¿Qué tal?”. “Bien, gracias. Viendo un partido de fútbol”


Hace unos días, con el apogeo del mundial de fútbol, llegó el cierre de una revista de variedades en la que tenía más de un tema pendiente.
En esas fechas mi agenda estaba gobernada por los horarios de los partidos. Por la mañana todo era fútbol, al mediodía seguían las emociones deportivas. Así, el día comenzaba a eso de las tres de la tarde.
Pero como siempre hay una excepción a las reglas que nos inventamos, la excepción llegó un buen día a media mañana.
Ese famoso cierre se había convertido en una especie de eco que se repetía de forma incesante en mi cabeza. Debía contactar al representante de un artista nacional radicado en los Estados Unidos. Su número telefónico me llegó en el preciso instante en que veía un partido de la fase de grupos.
Sin perder tiempo lo marqué. “Esto me tomará un par de minutos nada más”, pensé.
—Buenos días —dijo una voz ronca y un tanto desconfiada al otro lado de la línea.
—Buenos días —repliqué—. Me puede comunicar con el señor V.B.
—Él habla. ¿En qué le puedo servir?
—¡Hola, don V.B.! ¡Mucho gusto! —dije-. Le llamo del periódico X porque quiero hacerle una entrevista a T.A.
—¡Hola! —dijo ya con un tono más desenfadado-. ¿Qué tal? —agregó.
—Bien, gracias. Viendo un partido de fútbol —dije, con la mayor sinceridad y quizá demasiada emoción en la última frase.
—¿Los del mundial? —preguntó con mayor interés-. ¿Le gusta el fútbol?
—Sí, bastante. Hasta el momento no me he perdido ningún partido del mundial —respondí, con mayor interés en ahondar en el tema futbolístico que en concertar la cita que originó la llamada.
—Yo tampoco me he perdido ninguno —confesó, sin esconder la emoción que le producía hablar sobre fútbol.
—Y ¿Cuál es su equipo favorito? —quise saber.
—Brasil —dijo, sin durarlo un segundo.
—¡El mío también! —exclamé. A esa altura ya no prestaba atención al partido que tan solo unos minutos antes robaba toda mi atención.
—Soy fan se Brasil desde que ganó el primer campeonato en 1958 —me explicó, como para dejar claro que su favoritismo por la “canarinha” se remontaba a su época de gloria y no solo a los titulares generados en la prensa mundial por sus figuras más recientes: Romario, Ronaldo o Ronaldinho.
Y por si todavía tenía alguna duda, don V.B. comenzó a contarme las hazañas de Pelé, Garrinca, el “lobo” Zagallo, Rivelino, Tostao y todos aquellos que gracias a sus regates, férrea defensa y goles mágicos conquistaron la Jules Rimet.
A esa altura ya ni siquiera oía la narración del juego transmitido en la televisión (aunque no me perdía de nada trascendental). Y así, como el río que fluye en su cause, la conversación pasó de las hazañas del Brasil pentacampeón del mundo a las hazañas del Alianza, el Fas y el Águila.
—A todo esto, ¿cuál es su equipo nacional favorito? —me preguntó.
—El Águila —respondí, con el orgullo que solo un verdadero hincha puede expresar.
—¡Yo también! —me dijo, con ese orgullo que solo un verdadero hincha puede expresar y que solo un verdadero hincho sabe reconocer.
Y de Pelé y compañía, pasamos a hablar de “Cariota” Barraza, el “Pelé” Zapata, los técnicos Conrado Miranda y Hernán Carrasco Vivanco, y todas esas figuras legendarias del cuadro emplumado.
Cuando por fin colgué, el partido que no quería perderme bajo ninguna circunstancia se había terminado hacía mucho tiempo. Al final no me tardé más de unos minutos para concertar la entrevista, porque el resto de la conversación fue para las mil y una historias sobre el fútbol.
Hace un par de días me encontré con don V.B. De la publicación de la entrevista hablamos poco, el resto fueron horas y horas de historias sobre el fútbol. Ahora, la promesa es reunirnos de nuevo para hablar sobre la evolución de los sistemas de juego.
Todo eso como resultado de aquel famoso “¿Qué tal?”. “Bien, gracias. Viendo un partido de fútbol”.

domingo, 22 de agosto de 2010

Las historias paralelas del fútbol


Hace más de un mes que terminó el mundial de fútbol de Sudáfrica 2010, pero el mes que duró el evento -al menos para quienes amamos el fútbol- nos parecieron días de júbilo.
Ese sentimiento de placer tenía muchas causas: por primera vez una nación africana organizaba la Copa del Mundo, la mítica figura de Nelson Mandela era el centro de atención de millones de personas a lo largo y ancho del planeta, algunas de las mejores figuras del balompié se congregaron en Sudáfrica, los equipos de América hicieron un gran torneo y, además, la justa acabó con una campeona inédita, España.
Y ¿qué quedó de toda esa algarabía? Los sentimientos, y eso no se logra con ninguna inversión monetaria.
En los sudafricanos quedó la sensación de que sí pudieron organizar el evento, en especial cuando varios años antes les negaron la oportunidad de la forma más injusta.
Los sudafricanos revivieron el espíritu de unidad que experimentaron en 1995, cuando organizaron y se coronaron campeones de la Copa del Mundo de Rugby. Ellos mostraron al mundo su cultura, la calidez de su gente y sus bellezas naturales.
Y nosotros, ¿con qué nos quedamos? Con los sentimientos, los momentos compartidos, las experiencias y hasta nuevos amigos.
Sin embargo, todo esto comenzó desde la etapa eliminatoria, cuando El Salvador clasificó a la hexagonal final después de 12 años de ausencia.
En esa fase hubo un momento memorable: el triunfo ante México en el Estadio Cuscatlán. Esa victoria 2 a 1 es única, significativa, la clase de historia para contar a los hijos y nietos, el tipo de relato que se puede repetir cientos de veces y siempre produce ese escalofrío en la espina dorsal y ese golpe súbito en el corazón.
Esa es la emoción de fútbol, capaz de hacer que más de 30 mil personas en un estadio se conviertan en una sola, compartan el mismo anhelo y los mismos sentimientos. Eso es lo mejor del fútbol, pero muy pocas veces se ve, se aprovecha y se le da la importancia que merece.
Los primeros en opinar son los "intelectuales", quienes consideran el "espectáculo de masas" uno de los mayores distractores de la realidad nacional. Y tonto sería decir que no lo es, y peor aún decir que la gente no lo necesita; pero el error más grave es ignorar los elementos históricos, sociológicos, antropológicos y culturales que arrastra el fútbol en cualquier rincón del mundo.
Aquí hubo una guerra contra Honduras en 1969 y, entre sus muchas causas, el fútbol estuvo presente. Y qué decir de la rivaldiad entre México y El Salvador. Entre las muchas causas, allí también está el fútbol. Y si Hugo Sánchez dijo que en Centroamérica se jugaba con pelota cuadrada, allí estaban once jugadores dispuestos a demostrarle que con el orgullo patrio no se juega. Y que si el Alianza y el Águila son una especie de patrimonio nacional es porque han ganado campeonatos internacionales y llevado el nombre de El Salvador más allá de las fronteras.
Eso es el fútbol, un juego de once contra once capaz de construir historias paralelas al ritmo de los pases y los goles en el terreno de juego.
Por eso nos atrapa, por eso nos gusta, por eso lo disfrutamos. Y quien no ve más allá de los 22 hombres en pantalones cortos corriendo de un lado a otro, ese sí está alejado de la realidad nacional.