Hoy me desperté y de forma automática encendí el televisor. Esa costumbre la adquirí hace un tiempo, cuando era estudiante universitaria y el catedrático de Agencias Informativas nos acorralaba a preguntas sobre lo que pasaba en regiones remotas del mundo.
Los noticieros siempre me parecieron deprimentes, así que con el tiempo opté por cambiar los canales informativos por los de biografías, documentales y deportes.
Hoy, sin pensarlo, pulsé los botones del control remoto que me pondrían en “primera fila” en el torneo de Wimbledon.
En el césped estaban la checa Petra Kvitova y la bielorrusa Victoria Azarenka. Petra había ganado el primer set 6-1, y en la segunda manga Azarenka se estaba imponiendo 3-0. De inmediato pensé que quería que ganara Azarenka, porque era la que estaba perdiendo en ese momento.
Mientras veía cómo se peleaba cada punto caí en la cuenta de que siempre he tenido la manía de apoyar a los deportistas y a los equipos que están abajo en el marcador, a los que tienen menos oportunidades de ganar y a los que casi siempre pierden.
Para muchos esto es simple masoquismo (si es que el masoquismo puede ser simple). Para mí, más que el marcador final, lo excepcional es la trama a lo largo del juego.
Y es que quien gana con facilidad es feliz desde el principio, y es todavía más dichoso por los elogios del público, los críticos y la prensa. Pero ¿qué hay del que pierde?
No es fácil remar contra las adversidades, sentir cómo la impotencia invade cada célula del cuerpo, cargar el peso de la fatiga, querer hacer más y tener que conformarse con la entrega hasta el final.
¿Cuál es la diferencia entre la victoria y el fracaso? Hay deportes donde el triunfo se decide por una fracción de segundo, un gol fantasma, un error arbitral…y allí se esfuma el sacrifico de años. El que gana es inmortalizado, y el que pierde es olvidado a la semana siguiente.
Pienso en el tenis otra vez. Hace un par de años Roger Federer era el tenista imbatible, así que en esa época quería que ganara Rafael Nadal. Ahora que Rafael Nadal es el número uno en el deporte blanco, quiero que gane Novack Djokovic…hasta que surja otra figura.
Pero no me quejo. Wimbledon ya me dio la cuota de drama que siempre busco en los deportes, en un escenario inmejorable: duelo entre el ex campeón Roger Federer y el francés Jo-Wilfried Tsonga.
Federer ya casi tenía el juego en la bolsa con dos set ganados, pero de pronto Tsonga pareció poseído por Niké, el dios griego de la victoria, y frente a él Federer se convirtió en un simple mortal.
Y como si de un relato de la antigua Grecia se tratara, Tsonga acabó con el triunfo de su lado, en un partido donde se recordará más el drama que la técnica sobre el terreno de juego.
Sin embargo, hoy, Azarenka perdió. Perdió ella, pero ganamos todos los que amamos más la trama que el desenlace.
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