sábado, 12 de junio de 2010

Cuando madrugar es una fiesta

Nunca antes fue tan placentero levantarse a las cinco de la mañana como en estos días de fútbol. En estas circunstancias, la tan odiada alarma del despertador se transforma en una melodía que nos invita a sumergirnos en las emociones del deporte rey...¡incluso en fin de semana!
No es para menos, se trata de un evento esperado por cuatro largos años. Es la posibilidad de ver el fútbol al más alto nivel, de experimentar nuevos sentimientos y de evocar otros que creíamos olvidados.
Mientras jugaba Argentina ahora su primer partido del mundial, recordaba que en la Copa del Mundo de Italia 90 los sudamericanos eran mi equipo favorito. Cuando el árbitro mexicano señaló un tiro desde el manchón de panalti a favor de los alemanes y en contra de la albiceleste en la final, mi mundo se derrumbó. Y eso que apenas tenía nueve años.
Muchas cosas han cambiado desde entonces, entre otras que Argentina ya no es mi equipo predilecto. El definitivo lo establecí después, cuando me hechizó el "jogo bonito" de Brasil y el juego de piernas del que más tarde se convertiría en el máximo goleador de los mundiales, Ronaldo.
En el mundial de Estados Unidos 94 fui feliz porque Brasil se llevó la Copa. En Francia 98 la tristeza más grande no fue la humillación sufrida por la "canarinha" a manos del equipo anfitrión, lo más triste fue ver perder a la selección de Paraguay en octavos de final y en tiempo extra con aquél fatídico gol de oro de Petit.
Era uno de los mejores equipos en la historia de Paraguay, con José Luis Chilavert bajo los tres palos, en su mejor momento y a escasos minutos de la posibilidad de convertirse en el primer arquero en anotar un gol en un mundial si el juego se definía por los penaltis.
Pero no, llegó el gol de Emmanuel Petit que acabó con las ilusiones del equipo paraguayo y de uno de los mejores porteros del mundo, mi preferido. Recuerdo que mi papá me grabó todos los partidos de ese mundial, pero nunca pude ver de nuevo ese momento.
Pero así es el fútbol y por eso es uno de los deportes más hermosos, porque es capaz de producir todo tipo de sensaciones y de experimentar en 90 minutos la gloria o el infierno, sin estadios intermedios.

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