Cómo no te voy a querer 'Selecta' de playa, si en las arenas de Puerto Vallarta defendiste el azul y blanco de El Salvador como si de ello dependiera la vida.
Cómo no sentirme orgullosa de estos 12 guerreros que en cada partido brindaron buen juego, y en especial regalaron lecciones de lucha y de nunca bajar los brazos a pesar de las circunstancias adversas (en dos de los cinco partidos disputados la selección comenzó perdiendo, pero al final se llevó la victoria).
Cómo no sentir respeto tras ser todo garra y entrega aunque la Federación Salvadoreña de Fútbol los mandó con $30 de viáticos diarios (menos mal que recapacitaron y decidieron duplicar los $15 iniciales, que al final de cuentas es nada comparado con todos los logros de los últimos años).
Cómo no admirar a estos hombres que en la final lucharon en la cancha contra los futbolistas mexicanos, y también se enfrentaron a los aficionados apostados en los graderíos, quienes los insultaron, les dieron la espalda y les sacaron el dedo del medio mientras sonaba el himno nacional (dulce venganza la de ellos tras aquellas mascarillas en el Estadio Cuscatlán durante la visita de México en las eliminatorias mundialistas rumbo a Sudáfrica).
Cómo no sentir en la distancia la dedicación de los nuestros en el juego final, sus intentos por dominar el balón en cada jugada, su frustración tras un tiro desviado, su enojo ante una falta no pitada, su desesperación al marcar al rival, su enfado tras un error, sus lágrimas por la derrota.
Cómo no tener a este equipo en el corazón, si son los únicos que han puesto en alto el nombre de El Salvador a nivel de selecciones (nunca hubo un logro tan grande desde la clasificación de la selección mayor al Mundial de España 82).
Cómo no quererlos, cómo no respetarlos, cómo no sentir orgullo. Quizá solo quien no entiende el valor del deporte y todo lo que significa fuera del terreno de juego para un país envuelto en mil historias de tragedia pueda no sentir nada de esto; los demás, estamos con ustedes seleccionados de fútbol playa.
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