sábado, 17 de diciembre de 2011

Plano metafórico

La acción del deporte se manifiesta en el terreno de juego, pero la magia se vive en las gradas, frente al televisor o con el oído pegado a la radio para enterarse de cada detalle del juego.
El protagonista es el deportista, pero también lo es el aficionado, aquél seguidor que de domingo a miércoles revive la jornada del fin de semana y que de jueves a domingo espera con ansias el próximo encuentro de su equipo.
Y en el pequeño tiempo y espacio en que convergen, todos se convierten en uno creando una metáfora de la vida misma. Y para contar algunas de esas historias surge Plano metafórico.
Todo es parte del deseo personal de unir literatura y fútbol, relatos del deporte en general y otras historias breves de la cotidianidad.

viernes, 11 de noviembre de 2011

11.11.11

Sin darme cuenta vi el reloj y las agujas marcaban 11:11. Era la mañana, y el mundo siguía girando todavía. Los supersticiosos aún pueden esperar a las 11:11 de la noche.
La Selecta le ganó a Surinam en partido eliminatorio mundialista y ya está en la próxima fase. Así las cosas, el 11.11.11 apenas queda en anécdota.

jueves, 10 de noviembre de 2011

91 días



En nombre de la integración la vida laboral dio un vuelco de 90 grados. La Selecta playera alcanzó el cuarto lugar en la Copa del Mundo de Ravena, Italia, tras eliminar a Argentina y al equipo anfitrión.
Usain Bolt no pudo revalidar su título de campeón del mundo al ser descalificado de la final de los 100 metros planos en el mundial de Daegu, Corea del Sur, tras una salida en falso. Para aumentar la tragedia del atletismo, Kenenisa Bekele perdió por primera vez en su vida en los 10,000 metros. Esta fue su carrera número 13.
Los Rangers de Texas también la pasaron mal, ya que perdieron la Serie Mundial por segundo año consecutivo, esta vez frente a los Cardenales de San Luis. Por si fuera poco, la huelga de los jugadores de la NBA parece no tener fin.
El Águila transitó un camino lleno de altas y bajas en el Torneo Apertura, y la delegación salvadoreña apenas logró una medalla de plata en los Juegos Panamericanos de Guadalajara. Lo bueno es que el Isidro Metapán avanzó a cuartos de final de la Concachampions, un logro sin igual en el fútbol nacional.
En esos 91 días apareció la depresión tropical 12E, dejando destrucción y pérdidas millonarias en Centroamérica. En El Salvador los daños fueron superados con creces en comparación al huracán Mitch y la tormenta Stan.
Un terremoto sacudió a Turquía. Nació el ciudadano 7 mil millones. En Libia fue asesinado su exlider Muamar Gadafi, y como diría Eduardo Galeano, la inteligencia de Miami tiene información certera de que está a punto de caer la dictadura de Fidel Castro.
Todo eso y más pasó en 91 días mientras vivía un retiro circunstancial al estilo angelino...

domingo, 31 de julio de 2011

Las cinco lecturas del verano

Aquí es invierno. Debo confesar que es una de mis estaciones preferidas por sus cielos grises, la brisa fresca, los días de lloviznas e incluso por los truenos a la medianoche.
También son mis meses favoritos porque leer con este clima es estupendo, más si estoy acompañada de una taza de chocolate con leche caliente.
De todas maneras dentro de un par de días viajaré a California, y allá el sol abrasador es el rey absoluto en pleno verano. Con ese horizonte cercano y sin mayores planes para los próximos tres meses, me puse a hurgar en mi librera y rescatar del olvido algunos títulos. Aquí están los cinco del verano.

1. Infierno verde, de Luis Eladio Pérez. Hace unas semanas leí No hay silencio que no termine, donde Ingrid Betancurt relata su vida durante los más de seis años que permaneció secuestrada en la selva por las FARC. En ese tiempo conoció al ex senador Luis Eladio Pérez, quien en Infierno Verde cuenta su versión de esos días y la manera en que se sobrepuso a más de tres comas diabéticos y una serie de enfermedades.

2. Lejos del infierno, de los soldados estadounidenses Marc Gonsalves, Keith Stansell y Tom Howes. Este título es para continuar la historia de los secuestrados por las FARC a inicios del año 2000. Los militares norteamericanos tuvieron muchos roces con Ingrid Betancurt en la selva, y en este libro cuentan su versión de los hechos y la forma en que el cautiverio cambia las relaciones interpersonales.

3. Los cínicos no sirven para este oficio, de Ryszard Kapuscinski. El periodista polaco muestra en estas páginas la forma de entender y hacer periodismo, además se incluyen dos entrevistas realizadas al autor en la década del 90. No se me ocurre nada mejor para celebrar, aunque sea con cierto retraso, el día del periodista.

4. Las pequeñas memorias, de José Saramago. Desde que leí su biografía ha crecido cada vez más mi interés por este escritor portugués. Antes de conocer su historia solo había leído los Cuadernos de Lanzarote, pero luego me atrapó El año de la muerte de Ricardo Reis y El evangelio según Jesuscrito. Hace un tiempo compré Las pequeñas memorias y lo había dejado relegado, pero ahora le llegó su tiempo.

5. El Hobbit, de J.R.R. Tolkien. Se trata de otro autor del que me prendí el año pasado, y aunque suene fuera de onda debo admitir que hasta el año pasado no había visto las películas de El señor de los anillos. Pero bastó leer Cuentos desde el reino peligroso para que mi curiosidad por la literatura de Tolkien se acrecentara. El Hobbit estaba en mi librera, medio abandonado, pero en estos meses me adentraré en el mundo fantástico de Tolkien.

P.D.1. También en estos meses debo memorizarme el Manual del conductor de California y hacer el examen de conducir en L.A. (Eso de leer sobre señales de tránsito no me atrae en lo más mínimo).
P.D.2. Podría haber añadido otros títulos en lugar de estos, en especial de los primeros dos, pero esos los tengo en formato electrónico y no debo meterlos en la maleta.
P.D.3. Este blog es de deportes, pero en el mes de julio me tomé ciertas libertades. Espero regresar pronto al camino..

domingo, 17 de julio de 2011

67 minutos a Nelson Mandela


El 18 de julio siempre me pareció una fecha especial, no solo porque fuera mi cumpleaños, sino porque un día como ese nació Nelson Mandela. De hecho, compartir el natalicio con un hombre que luchó por un mundo más justo y menos racista es lo mejor de haber nacido en esa fecha.
Nelson Mandela fue el primer presidente de Sudáfrica elegido de manera democrática en 1994, con la complicada tarea de unir a un pueblo dividido durante décadas por el apartheid.
Pero su lucha no comenzó entonces, su misión por una Sudáfrica y un mundo más justo había empezado años antes en el Congreso Nacional Africano y otras iniciativas políticas y sociales.
Su activismo lo llevó a ser arrestado en 1964, y a permanecer en prisión 27 años de su vida. Allí fue etiquetado con el número 466/64 (el preso 466, arrestado en 1964), un “simple” convicto más que debía luchar contra las condiciones inhumanas del cautiverio.
“No importa cuán estrecho sea el portal // cuán cargada de castigos la sentencia // Soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma”, se repetía una y otra vez Mandela encerrado entre cuatro paredes.
Esos versos del poema Invictus, escritor por el inglés William Ernest Henley en 1875, le dieron la fuerza necesaria para superar las adversidades, hasta convertirse en el mayor símbolo de la lucha contra el apartheid.
Tras su liberación en 1990, Mandela recibió decena de premios y reconocimientos en todo el mundo, entre ellos el Premio Nobel de la Paz en 1993.
La ONU también quiso reconocer su labor, por esa razón en el 2009 declaró el 18 de julio como el Día Internacional de Nelson Mandela. En la declaración mencionaba, entre otras cosas, que Mandela es “un símbolo de esperanza para todos los oprimidos y marginados del mundo”.
De inmediato la Fundación Mandela (nelsonmandela.org) hizo un llamado para que cada 18 de julio la gente de todo el mundo dedique al menos 67 minutos de su tiempo para realizar obras en su comunidad.
No importa si se trata de algo sencillo o un proyecto complejo, lo esencial es que cada uno contribuya en la construcción de un mundo más justo y más humano.
Así que a ponerse en acción hoy, mañana y todos los días. ¡Feliz cumpleaños, Mandela! ¡Feliz cumpleaños, Madiba!

jueves, 14 de julio de 2011

Lo que era y lo que es

«Este hombre no ha sido siempre este hombre. Este hombre era otro hombre antes», Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer.

Desde siempre sentí una atracción desmedida por las edificaciones antiguas o abandonadas, quizá en gran parte por la sensación de inmiscuirme en una época y en unas vidas borradas por el tiempo y que nada tenían que ver conmigo.
Allí, en medio de las ruinas, me resulta imposible dejar de imaginar cómo debió ser aquello antes de convertirse en un despojo, en quienes frecuentaban esos lugares o en quienes los habitaron, en si fueron felices, en por qué se fueron y en por qué no regresaron.
Lo mismo me pasa con la gente. A veces me sorprendo imaginando cómo eran antes de ser quienes son ahora, y en qué momento decidieron dejar atrás (si es que lo decidieron) todo lo que eran.
Incluso, mientras hacía un reportaje en mis años de estudiante de periodismo, un entrevistado me dijo que no hablaba mucho y que el tiempo se me iba en ver. Y así era, veía cómo me hablaba, sus gestos, si desviaba la mirada, el movimiento de sus manos, la forma en que había decorado su oficina…
Pero eso no sucede solo con los inmuebles y los otros, también pasa conmigo, y a veces, como hoy, pienso en lo que solía ser y en lo que soy.
Por decir algo, aunque parezca risible, hace un par de años mi inspiración en los días de cierre era el partido sabatino del Águila.
Imaginarme viendo a mi equipo favorito –y mejor aún, imaginar que ganaba y llegaba a la cima de la tabla de clasificación por encima del Fas y el Alianza- me ponía de buen humor y hacía que las ideas fluyeran con más rapidez en mi cabeza.
También me alegraba la celebración de un evento deportivo importante, en especial si era de fútbol (solo quien tiene un equipo favorito, un deportista preferido o al menos se siente atraído por el periodismo deportivo entiende los sentimientos experimentados en esos escenarios).
Pero algo cambió con el paso del tiempo. Yo ya me lo sospechaba, pero ahora me queda claro: Yo era otra antes, y ahora no soy quien fui.
Por poner un ejemplo en el plano deportivo (porque este blog habla de deportes y ahora no se me antoja romper la regla), en este mes de julio ha habido eventos futbolísticos de primer nivel: el Mundial Sub17, la Copa del Mundo femenino y la Copa América ¡y apenas me enteré!
De los juveniles no vi ningún partido, de las mujeres unos 20 minutos en lo que va del torneo y de la Copa América solo los tres juegos de los brasileños.
Esto es una señal inequívoca de que algo cambió. Ahora pensar en los partidos sabatinos del Águila no me inspira demasiado, ni me invade la culpa al dejar de ver un juego del campeonato continental.
Por eso al leer la frase “Este hombre no ha sido siempre este hombre. Este hombre era otro hombre antes”, en la novela El ruido de las cosas al caer, sentí que el autor la escribió para mí.
Y así como pienso en cómo era un lugar antes de ser abandonado y en cómo era la gente hace un tiempo, también reflexiono que hoy no soy quien fui. Pero como la vida da mil vueltas, quizá dentro de un rato regrese a ser quien era, o tal vez no.

jueves, 30 de junio de 2011

La trama y el desenlace

Hoy me desperté y de forma automática encendí el televisor. Esa costumbre la adquirí hace un tiempo, cuando era estudiante universitaria y el catedrático de Agencias Informativas nos acorralaba a preguntas sobre lo que pasaba en regiones remotas del mundo.
Los noticieros siempre me parecieron deprimentes, así que con el tiempo opté por cambiar los canales informativos por los de biografías, documentales y deportes.
Hoy, sin pensarlo, pulsé los botones del control remoto que me pondrían en “primera fila” en el torneo de Wimbledon.
En el césped estaban la checa Petra Kvitova y la bielorrusa Victoria Azarenka. Petra había ganado el primer set 6-1, y en la segunda manga Azarenka se estaba imponiendo 3-0. De inmediato pensé que quería que ganara Azarenka, porque era la que estaba perdiendo en ese momento.
Mientras veía cómo se peleaba cada punto caí en la cuenta de que siempre he tenido la manía de apoyar a los deportistas y a los equipos que están abajo en el marcador, a los que tienen menos oportunidades de ganar y a los que casi siempre pierden.
Para muchos esto es simple masoquismo (si es que el masoquismo puede ser simple). Para mí, más que el marcador final, lo excepcional es la trama a lo largo del juego.
Y es que quien gana con facilidad es feliz desde el principio, y es todavía más dichoso por los elogios del público, los críticos y la prensa. Pero ¿qué hay del que pierde?
No es fácil remar contra las adversidades, sentir cómo la impotencia invade cada célula del cuerpo, cargar el peso de la fatiga, querer hacer más y tener que conformarse con la entrega hasta el final.
¿Cuál es la diferencia entre la victoria y el fracaso? Hay deportes donde el triunfo se decide por una fracción de segundo, un gol fantasma, un error arbitral…y allí se esfuma el sacrifico de años. El que gana es inmortalizado, y el que pierde es olvidado a la semana siguiente.
Pienso en el tenis otra vez. Hace un par de años Roger Federer era el tenista imbatible, así que en esa época quería que ganara Rafael Nadal. Ahora que Rafael Nadal es el número uno en el deporte blanco, quiero que gane Novack Djokovic…hasta que surja otra figura.
Pero no me quejo. Wimbledon ya me dio la cuota de drama que siempre busco en los deportes, en un escenario inmejorable: duelo entre el ex campeón Roger Federer y el francés Jo-Wilfried Tsonga.
Federer ya casi tenía el juego en la bolsa con dos set ganados, pero de pronto Tsonga pareció poseído por Niké, el dios griego de la victoria, y frente a él Federer se convirtió en un simple mortal.
Y como si de un relato de la antigua Grecia se tratara, Tsonga acabó con el triunfo de su lado, en un partido donde se recordará más el drama que la técnica sobre el terreno de juego.
Sin embargo, hoy, Azarenka perdió. Perdió ella, pero ganamos todos los que amamos más la trama que el desenlace.

martes, 21 de junio de 2011

No ver, no sentir

No vi y por lo tanto no sentí nada, ni ayer ni ahora. No hubo taquicardias, sudores de mano, minutos eternos. Tampoco hubo angustias, ni plegarias, ni alegrías, ni enojos, ni frustraciones, ni gritos, ni silencios prolongados. No hubo nada, ni ayer ni ahora.
El domingo, la Selecta jugaba su partido de segunda fase de Copa Oro tras romper un maleficio de ocho años. Enfrente tenía a Panamá, el equipo que con un gol de último minuto en el último partido de su grupo le dio la clasificación a El Salvador como tercer mejor lugar.
A pesar de ese momento histórico para el combinado nacional, no vi el partido. Ni un minuto. Nada. La única imagen que se me cruzó en el camino fue una jugada en el minuto seis del primer tiempo, y la de un futbolista salvadoreño a punto de disparar a marco en la tanda de penaltis. Ni siquiera sé quién era, porque yo estaba a varios metros de una enorme vitrina rodeada por más de una docena de personas. Eso fue todo.
Unos minutos después de terminado el juego me enteré que la Selecta había perdido. Había sido eliminada en la ruleta rusa de los tiros desde el manchón de penalti. Esa noticia que en otra circunstancia habría significado la llave para el mundo de la desdicha, esta vez no provocó ningún sentimiento.
Es más, no leer las páginas deportivas de los periódicos, ni ver los noticieros en la televisión solo contribuyó a olvidarme casi por completo del asunto. Lo peor fue que un amigo al que la Selecta le importa lo mismo que le importa a un chino (bueno, quizá al chino le importe más la Selecta porque algún negocio podrían hacer con ella) me dijo que había sufrido como loco viendo el partido. Pero yo no sentí nada, ni siento nada todavía.
Todo el enojo, la frustración, la impotencia y la envidia experimentados en las derrotas anteriores (envidia por el que gana) no llegaron nunca. Es más, como si de una gripe se tratara, me di a la tarea de hablar con verdaderos fanáticos pretendiendo contagiarme de la desilusión y probar la hiel del fracaso que todos probaron. Ni eso funcionó.
Lo único que logré con todo fue comprobar que el refrán “Ojos que no ven, corazón que no siente”, es más que cierto.
Bien por mí, porque a esta altura de la semana mi mente todavía estaría inventando mil finales distintos para cada jugada errada por los seleccionados nacionales. Bien por mí, porque si me llega alguna tristeza, al menos sabré que no tiene su origen en el fútbol. Bien por mí, porque de lo contrario tendría que esperar a que la Selecta jugara de nuevo y ganara para quitarme la espina de la derrota que se me habría clavado en el corazón.

domingo, 12 de junio de 2011

No se busca a quien la debe, sino a quien la pague

Que El Salvador ha venido de menos a más en la Copa Oro no hay duda alguna, gracias en gran medida a que los rivales han venido de más a menos. Lo cierto es que contra todos los pronósticos, la Selecta es la autora de la mayor goleada del torneo con el 6-1 sobre Cuba.
Desde cualquier ángulo que se vea, esta resultado tiene muchos méritos. En primera, la Azul venía de encajar cinco goles en su debut ante México, y apenas una semana después el marcador abultado es a su favor.
En segunda, la Selecta no goleaba a nadie desde que le metiera ocho goles a la selección de Anguila en la eliminatoria rumbo al Mundial de Sudáfrica. Además, la victoria sobre Cuba le permite sacudirse un poco la paternidad que los conjuntos caribeños han ejercido sobre los nacionales en los últimos años.
De cualquier forma, el marcador es engañoso. Es cierto que El Salvador pudo terminar con uno o dos goles más, pero Cuba también perdonó a Miguel Montes en varias oportunidades.
Qué importa ya. Lo verdaderamente importante es el resultado, los puntos, los goles, la ilusión.
Luego del partido y con este resultado solo se puede decir a Cuba: “Gracias por existir”, porque de otra manera la esperanza de ganar algún partido serían más escasas de lo normal.
Y así, con este 6-1 a favor de la Selecta, queda comprobado una vez más que el fútbol da revanchas, aunque no siempre se busca a quien la debe, sino a quien la pague.

jueves, 9 de junio de 2011

Fatídico tiempo de descuento


Dice Jorge Drexler en la canción Guitarra y vos que “Hay escritas infinitas palabras: zen, gol, bang, rap, Dios, fin...”. Tiene razón. Y aunque hay escritas muchas más, en el partido de la Selecta contra Costa Rica las únicas que yo necesitaba eran gol, Dios y fin.
Lo que más anhelaba era el grito de gol, claro, a favor de la Azul. Y así fue. Como una auténtica obra de Dios llegó el gol de Fito Zelaya, un tiro potente que parecía llevar la misma fuerza que de forma repentina le llegó a David para derribar a Goliat con una simple honda.
Es más, la Selecta parecía la representación del mismísimo David al lado de la tres veces mundialista selección tica, en especial luego de que los mexicanos le marcaran a los salvadoreños cinco goles en la inauguración de la Copa Oro.
Pero allí estaban los once guerreros en la cancha, dispuestos a limpiar el orgullo patrio, a mostrar que la garra cuscatleca todavía existe y que nadie puede jugar con ella.
La idea surtió efecto, porque como casi nunca pasa, el combinado nacional estaba arriba en el marcador. Los seleccionados no solo estaban lavando su imagen, sino que también se imponían a uno de los candidatos a llevarse el título de campeón. Y como casi nunca pasa, los aficionados cuscatlecos festejaban el tanto.
El gol llegó, y con él apareció el éxtasis, la ilusión, el orgullo, el aroma del triunfo (si es que tiene), la felicidad…
Desde que el balón besó las redes de la portería defendida por el guardameta tico, a la alegría se le sumaron las mil y un plegarias y exclamaciones: ¡Dios mío! ¡Uyyyy! ¡Qué suerte! ¡Menos mal! ¡Ufff!, entre otras.
Así pasaron 50 minutos, aunque en la mente de los seguidores parecía que las manecillas del reloj se movían en la dirección contraria y esos 50 minutos se transformaron en 50 horas.
En el transcurso de esas 50 horas mentales, el gol era el objetivo primordial: o se anotaba otro tanto para tener un poco de paz, o al menos que los ticos no hicieran ninguno. Es que si alguien tenía que atravesar por el infierno, era preferible que fueran ellos.
Pero nada ocurría, nada para nadie. Lo cierto era que un minuto menos en el cronómetro del árbitro era un paso más para alcanzar la versión de los salvadoreños sobre el paraíso.
El anhelo era que llegara el fin, esos tres silbatazos del réferi para poner punto final al encuentro.
Algunos seleccionados querían apoderarse del tiempo, ponerlo en su lado de la balanza. Unos ganaban segundos tirándose al piso (lo que también les hizo ganarse algunas tarjetas amarillas), otros lanzaban el balón a las tribunas, otros reclamaban…todo se reducía al tiempo, al deseo del fin.
Sin embargo, está por demás comprobado que la felicidad es efímera, más para los salvadoreños, más para los amantes del fútbol. Así, sin más, llegó el árbitro con el fatídico tiempo de descuento, esos cuatro minutos de un verde intenso en la pantalla electrónica, pero más negros que los agujeros negros para el hincha fiel.
Y así, en el último suspiro del tiempo de descuento, el balón se fue al fondo de la meta defendida por el arquero salvadoreño. El balón cruzó la línea de gol casi de forma exultante, pero al mismo tiempo como quien le da el suave beso de la muerte a la ilusión.
No hay más. Todo acabó. Solo queda la mente en blanco. Fatídico tiempo de descuento, fatídico gol, fatídico final.

martes, 7 de junio de 2011

El adiós de Ronaldo


Ronaldo entró a la cancha y las gargantas de los aficionados alcanzaron decibelios insospechados. No podía ser de otra manera. Allí, sobre el césped sagrado del terreno de juego y con miles de ojos examinando sus movimientos, “El Fenómeno” daba su último adiós a la selección brasileña.
Pero Ronaldo no parecía Ronaldo, parecía otro, casi una caricatura del que un día fuera el mejor futbolista del mundo, de aquél que a fuerza de goles añadiera dos estrellas de Campeones del Mundo a la camisa verde-amarilla.
Esos días de gestas gloriosas parecen un recuerdo lejano. Aquella figura de 1.83 metros y 83 kilos también pasó a formar parte de la historia. Ahora el sobrepeso le pasa factura: corre unos minutos y está exhausto, tiene el balón y lo lanza cinco metros arriba de la portería. El público de todas maneras aplaude, y Ronaldo sonríe como tratando de minimizar sus yerros.
15 minutos de juego bastaron para despedir al ex astro del balompié. Sus compañeros lo abrazaron, los fanáticos en los graderíos desplegaron una bandera gigante con la frase “Por siempre Fenómeno”, los rivales le hicieron el pasillo, los fotoperiodistas lo persiguieron para captar la mejor imagen del histórico número 9, y Ronaldo salió de la cancha tomando de la mano a su pequeño hijo. Esa fue su despedida de la Canarinha.
Ya el 14 de febrero había anunciado su retiro del fútbol, de ese deporte mágico que lo llevó a alcanzar la gloria y el infierno a partes iguales.
Y es que Ronaldo escribió su nombre en las páginas doradas del balompié con lo que mejor sabía hacer: con goles. Entre sus tantos títulos de goleo ostenta el de máximo artillero en las Copas del Mundo, con 15 tantos, y ser el segundo máximo anotador de la selección brasileña, solo atrás de Pelé.
Además de brillar con el equipo nacional, Ronaldo también dejó su huella en los equipos más grandes del mundo: PSV Eindhoven, Barcelona, Real Madrid, Inter de Milán y AC Milán, entre otros.
Su lema era jugar, por eso no le importó demasiado el color de la camiseta del equipo con que firmaba, solo así se explica que militara en tantos conjuntos archirrivales.
Y de la misma manera en que fueron exaltados sus logros, sus escándalos también ocuparon primeras planas. Pero ese no es el asunto primordial en esta nota, que para eso está la prensa rosa.
Lo innegable es que Ronaldo, sobre el terreno de juego, fue y será único. Un día deslumbró al mundo su compatriota “Ronaldinho”, pero ese otro futbolista se hizo fama con el diminutivo del astro.
Ahora está Cristiano Ronaldo, a los que unos cuantos incultos del arte de las patadas osaron en decir: “Ronaldo solo hay uno”. Claro, la defensa del brasileño no se hizo esperar con consignas como: “Ronaldo solo hay uno….que ha ganado dos Copas del Mundo, dos Copas América, la Liga de Campeones, el Mundial de Clubes”, por mencionar parte de su extenso palmarés.
Ya lo dijo Juan Villoro en un artículo: “El portugués Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro ha podido llamarse como un cyborg (CR7 o CR9), pero nunca podrá ser Ronaldo”.
Aunque el Ronaldo que ahora dijo adiós a la selección brasileña apenas parece la sombra del que fue, lo cierto es que Ronaldo solo hay uno.

martes, 31 de mayo de 2011

Quiero intoxicarme con el fútbol nacional


Que estamos intoxicados con el fútbol español, no hay duda alguna. De otra manera un partido del Barcelona o del Real Madrid no levantaría tantas expectativas entre los salvadoreños, ni encendería los ánimos a extremos insospechados.
Yo me declaro culpable del delito de intoxicación, y desde hace un buen rato. ¿Malinchismo? No lo creo. ¿Desprecio al fútbol nacional? Tampoco. ¿La razón? Muchas.
Por ejemplo, mi equipo favorito -el Águila- cambia de técnico como quien cambia de ropa, aunque ese es un mal endémico de casi todos los conjuntos nacionales.
Los dirigentes también parecen transitar el mismo camino, el mejor ejemplo es el de un ex dirigente aguilucho. Luego, la directiva de mi equipo favorito fue comandada por un alcalde que lo llevó al fracaso.
También apoyaba al Nejapa, otra escuadra comandada por otro alcalde. Lo malo es que cuando el regidor perdió su puesto, el conjunto desapareció del mapa.
Cuando el Nejapa estuvo en primera división fui a casi todos los partidos que jugó de local, incluso después de suspender un encuentro porque un “aficionado” lanzó fuegos artificiales a la cancha.
Digo “incluso” porque no me devolvieron el dinero de la entrada, ni muchos menos me permitieron entrar a otro partido con ese boleto para un espectáculo que jamás disfruté.
Es impensable que en una liga profesional los jugadores estén a medio sueldo, y peor aún que no les paguen durante meses sin que nadie diga nada. Igual de reprochable e indigno es que los futbolistas vivan en una casa club que no les cubre las necesidades básicas.
En el fútbol nacional, algunos técnicos parecen copias baratas de lo peor de los estrategas internacionales, y los deportistas a veces circulan en una realidad que solo existe en sus cabezas, aquellos que se creen grandes porque hicieron una temporada regular y luego se pierden entre las líneas de una nota sensacionalista.
Y qué decir del costo de las entradas a los estadios. El otro día fui a ver el clásico entre el Águila y el Alianza. Pagué $6 en una zona lejana a la tribuna (y eso que con un descuento). Pero los dirigentes prefieren tener estadios vacíos a bajar el precio y que los hinchas alienten a los suyos.
Y luego está el espectáculo en la cancha: futbolistas que pecan de individualistas, toques imprecisos, la evidente falta de condición física, sequía de goles, faltas a montón, reclamos, insultos, malos arbitrajes…
En serio que mi mayor anhelo es intoxicarme del fútbol nacional, pero lo mínimo que espero es buen fútbol y seriedad en quienes dirigen el deporte rey. Mientras eso no exista, no me queda más que intoxicarme con otras ligas del mundo.

Ahora tengo una historia que contar


Desde que tengo uso de razón he escuchando las historias de los grandes equipos de fútbol que dejaron su huella en la historia: “La naranja mecánica” de los 70, creadores del “fútbol total” con el mítico Johan Cruyff en la cancha; la selección brasileña que conquistó tres Copas del Mundo con Pelé, el Santos liderado por “O Rei”, El Milán de Arrigo Sacchi, el “Dream Team” del Barcelona en los 90.
Entre los conjuntos salvadoreños tampoco faltaban las anécdotas de los años de gloria del Alianza, el Águila, el FAS, el Atlético Marte y hasta la misma selección que participó en los Mundiales de 1970 y 1982. Y siempre me pregunté si algún día vería algo parecido.
Desde que tengo uso de razón, las grandes competiciones futbolísticas se han caracterizado por un juego raquítico, especulativo, a la defensiva, enredado en el medio campo, sin propuestas y nada excepcional ante los ojos de los espectadores.
Salvo algunos chispazos esporádicos de algunos equipos, nadie parecía salirse de ese guión.
Pero por suerte para los aficionados de mi generación apareció el Barcelona de Josep Guardiola, ese equipo que en lugar de futbolistas parece tener magos con el balón, en especial cuando la bola pasa por los pies de Messi, Xavi e Iniesta.
Aunque desde hace un par de temporadas venían demostrando un fútbol excepcional, en la final de la Liga de Campeones dejaron claro que ningún adjetivo es suficiente para calificar lo mostrado sobre el césped. Ninguno.
Eso fue espectáculo puro. Toque, pases perfectos, jugadas de fantasía, goles de ensueño. Es más, durante los últimos 45 minutos solo pensaba en el Barcelona como un bailarín solitario en la pista.
Han pasado un par de días y veo una y otra vez el partido. Vale la pena hacerlo. Vale la pena grabarse en la mente cada jugada, porque todas ya son parte de las páginas más gloriosas del fútbol mundial.
Por si fuera poco, la última imagen, la de Abidal levantando la copa de campeones luego de superar en tiempo récord una operación por un tumor en el hígado, fue el mejor ejemplo de que el Barcelona es más que un club.
Puyol, quien podía pasar a la historia por alzar en tres ocasiones el trofeo, cedió ese derecho a Abidal, en un gesto de compañerismo que ya se creía extinto en el deporte profesional.

viernes, 6 de mayo de 2011

Breves apuntes sobre literatura deportiva


Cuando tenía 15 años adquirí un paquete didáctico que incluía una enciclopedia de ocho tomos, dos diccionarios, un compendio de cuentos infantiles y no sé qué otras cosas más. Para ser honesta, lo que más me interesaba era un libro sobre la historia de los mundiales de fútbol.
Me pasé un año y medio pagando todos esos libros del dinero de mi mesada, pero fui feliz leyendo sobre las hazañas de los grandes futbolistas y las gestas en las Copas del Mundo.
En el primer año de la universidad le compré a un amigo de la carrera varias revistas publicadas en 1982, todas dedicadas al Mundial de España. Incluso, sin gustarme el fútbol mexicano, decidí comprarle un texto sobre la historia del balompié azteca.
Cuando cumplí 18, mi mejor amigo me regaló una tarjeta con una dedicatoria especial sobre alcanzar la mayoría de edad y ¡el Manual de fútbol de la FIFA!
En esos años descubrí un librito maravilloso: “Tiros libres: el fútbol en cuentos, poemas y crónicas” (que por cierto, presté hace un tiempo y todavía no me lo regresan).
En esas páginas me encontré con Juan Villoro por primera vez. Su relato “El hombre que murió dos veces” me conmovió tanto que me pasaba las noches en vela pensando en las injusticias deportivas, y en lo triste que puede convertirse la vida de un arquero.
También adopté como grito de batalla el “Poema del fútbol”, de Walter Saavedra. Así, cuando alguien despotricaba contra mis gustos deportivos, en lugar de comenzar una discusión sin final solo le respondía: “Cómo vas a saber lo que es el amor si nunca te hiciste hincha de un equipo de fútbol”.
Desde entonces, además de interesarme en las batallas libradas en 90 minutos en el terreno de juego, me cautivaban las “guerras” disputadas fuera de la cancha, en especial en el ámbito de la literatura.
Aunque Jorge Luis Borges dijera que “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”, me encantaban sus críticas. Es más, me pareció original su idea de programar sus conferencias de prensa el mismo día y a la misma hora de los partidos más importantes en Argentina, la nación donde el fútbol es como el pan de cada día.
También me inspiraban los escritores y periodistas que encontraron en el balompié una fuente inagotable de drama y épica, y la plasmaron de forma excepcional en cuentos, ensayos y hasta en versos.
Así fue como llegué al poema “Los jugadores”, de Pablo Neruda; el cuento “Puntero izquierdo", de Mario Benedetti; y los escritos de Camilo José Cela titulados “Once cuentos de fútbol”.
Pero otras voces importantes de la actualidad como Martín Caparrós, Simon Kuper, Ryszard Kapuscinski, Günter Grass, Manuel Vázquez Montalbán, Vicente Verdú, entre otros, también se han subido a la barca de la literatura deportiva.
Y claro, tampoco faltan los que se enamoraron del deporte de las patadas al ser los protagonistas del juego, como los escritores Albert Camus y el mexicano Juan Villoro.
Para el hincha amante de las tardes de fútbol, para quienes la vida transcurre en ciclos de cuatro años (desde un mundial a otro) y para quienes los domingos son los días más felices, estas son algunas lecturas indispensables para entender un poco el fenómeno del fútbol.

1. Dios es redondo (Juan Villoro)
El escritor mexicano desmenuza el juego que se vive en la cancha y en los graderíos, sostiene que los grandes goles duran toda la vida, y rinde tributo a los genios del balompié.

2. El fútbol a sol y sombra (Eduardo Galeano)
El uruguayo analiza todos los elementos que intervienen en el juego (el balón, los jugadores, el árbitro, los aficionados, el estadio); además de hacer un repaso por la historia de las Copas del Mundo y en cómo el deporte se transformó en un auténtico negocio.

3. El fútbol contra el enemigo (Simon Kuper)
Aquí se hace un análisis antropología sobre el fútbol y la relación con la política. Kuper señala que a través del balompié se plasman los mayores miedos, esperanzas y pasiones.

4. La guerra del fútbol y otros cuentos (Ryszard Kapuscinski)
En esta compilación de crónicas y reportajes de las coberturas de guerra del periodista polaco, el lector se acerca a las distintas realidades del mundo. Para los salvadoreños, el capítulo imperdible es el que hace referencia a la “Guerra de las cien horas” y el papel que jugó el fútbol en el conflicto.

jueves, 21 de abril de 2011

Una cita aplazada por el destino


Horas antes de la final de la Copa del Rey, las discusiones entre los expertos del fútbol (los periodistas deportivos y los aficionados) se centraban entre si Pep Guardiola se equivocaba o no al mandar a defender la portería azulgrana a José Manuel Pinto.
El arquero, de 35 años, lleva poco más de tres temporadas en el Barcelona. En ese tiempo ha jugado unos cuantos partidos como titular, aunque se ha destacado más por ser un espectador del show culé.
Sin embargo, Pinto había jugado todos los partidos de la Copa del Rey de esta temporada. Para Guardiola, un hombre sensato y lógico, lo más acertado era que el guardameta disputara la final. Y lo dijo antes del juego: “Serán Pinto y diez más”.
Tal espaldarazo parecía el presagio de una gesta épica, el preámbulo de una página gloriosa para el arquero disciplinado y paciente.
El partido comenzó y allí estaba Pinto, con sus trenzas y la serenidad que lo caracterizan. Pinto fue exigido desde el principio por un Madrid que sorprendió a todos con sus intentos de atacar (quizá hasta ellos mismos), en los primeros 45 minutos.
Pinto defendía con los puños, salía de su área para pasarle el balón a sus compañeros, daba indicaciones. Pinto era el mejor de los once del Barca.
En el segundo tiempo se invirtieron los roles, es decir que todo volvió a la normalidad: El Barca tuvo la posesión del balón, tocaba, abría espacios, atacaba…y Pinto era un espectador más bajo los tres postes.
¿Qué habrá pensado Pinto en esos minutos de soledad en el arco? A lo mejor creyó que el juego arrollador de sus compañeros acabaría en un gol, o dos o tres, y la gloria sería suya. Quizá pensó que quienes criticaron la decisión de Guardiola por darle la titularidad terminarían dándole la razón al entrenador. Quizá se imaginó levantando la Copa, dándole la vuelta al campo como lo hacen los campeones, dedicándole palabras hermosas a su familia.
Y todo indicaba que el destino jugaba a su favor, en especial cuando se llegó al tiempo extra y asomaban los penaltis. Quizá, para enfatizar el momento, el destino quería que todo se definiera con un mano a mano entre el considerado mejor portero del mundo, Iker Casillas, y Pinto, el eterno suplente.
Pero como el fútbol es extraño, cuando el Barca apretaba en la mitad de la cancha defendida por el Madrid y su dominio era absoluto, un contragolpe del Madrid terminó con las ilusiones del guardameta (y millones de seguidores en todo el mundo).
De la nada apareció Cristiano Ronaldo para cabecear el balón y ‘fusilar’ a Pinto. ¡Qué cruel puede llegar a ser el fútbol! En un segundo, la tarde gloriosa de Pinto se convirtió en su peor pesadilla.
Esta vez el destino le quitó la gloria de la forma más vil, porque primero lo dejó acariciarla para después arrebatarla de sus manos.

martes, 19 de abril de 2011

Sufrimiento al cuadrado


Dicen los cardiólogos que el estrés emocional generado por los partidos de fútbol de alto nivel duplican las posibilidades de sufrir un infarto. La interrogante es ¿a cuánto asciende el porcentaje cuando se enfrenta el Barcelona con el Real Madrid?
De todas maneras, en los últimos días estas cifras se han cuadriplicado a raíz de los cuatro clásicos del fútbol español –y mundial-, a disputarse en menos de un mes.
Quizá el de menor intensidad de los cuatro era el primer juego, el de la Liga Española. No es que no les importara a los futbolistas, y menos a los aficionados, en especial a los que un partido de cualquier naturaleza les brinda la razón ideal para perderse entre las copas en medio de la multitud.
Pero ese juego no era “tan importante” porque ganara uno o perdiera el otro, el Barcelona siempre estaría al frente, y sobre todo porque quedarían otras fechas para extender la esperanza de conquistar el título.
Sin embargo, el juego sin retorno, el de vida o muerte, el del orgullo y el que dará impulso para el resto de la temporada es la final de la Copa del Rey.
Allí se juega un título, el orgullo de ser llamados campeones y, en especial, el vencedor tendrá el estímulo necesario para enfrentarse a las semifinales de la Liga de Campeones.
Este miércoles 20 de abril no habrá otro mañana para ninguno de los dos equipos. Ese “miércoles Santo” no habrá mañana para el aficionado de corazón azulgrana o el de sangre blanca.
Dos clásicos en un lapso de cuatro días es un placer para el aficionado, y cuatro en menos de un mes es un auténtico paraíso solo comparado con los días del Mundial de Fútbol. Porque luego de la Copa del Rey vienen las semifinales de la Champions, otros 180 minutos de adrenalina total.
En los últimos días todos hablan sobre los partidos, auguran goleadas, especulan alineaciones, veneran o desprecian al pulpo “Iker” dependiendo a quién le presagie la victoria. Pero hay otros más sentimentales para quienes nunca habrá otro como el pulpo “Paul”, aquél que maravilló a los españoles y hundió a los argentinos, alemanes y holandeses en el Mundial de Sudáfrica 2011 con sus predicciones.
A esta altura del mes, y con tres clásicos en el horizonte, a nadie le importa el aumento de la tarifa eléctrica, la canasta básica, la gasolina y el subsidio al gas.
Parece que la única preocupación es estar al tanto sobre cuánto aumentan las pulsaciones del corazón al acercarse el partido, a cuántos decibelios sonará el himno de España o el de la UEFA en los actos protocolarios (y si es lo suficientemente alto para apagar los silbatazos del público), en cuántos goles terminará anotando Messi al final de la temporada y en otras cosas no menos importantes para el hincha.
Al final, para el aficionado, el sufrimiento solo es un tramo en el camino hacia la gloria, la felicidad absoluta, el éxtasis total que solo se tiene cuando el árbitro pita el final del partido.
Y si el equipo de sus amores gana, todo habrá valido la pena. Si el equipo de sus amores pierde…de todas maneras siempre quedará la esperanza de la revancha deportiva.

lunes, 28 de marzo de 2011

Lo que cambia en 61 días

No recuerdo bien en qué momento empecé a escuchar que "el tiempo va volando", y menos cuándo comencé a repetirlo.
Hace 61 días que no escribo en este blog y siento que fue ayer que lo visité por última vez, en una clara confirmación de que en efecto "el tiempo va volando".
61 días atrás era prioritario el resultado del Águila, las fintas y pases magistrales de Lio Messi, Xavi, Iniesta y compañía; los partidos de la selección y el béisbol de las Grandes Ligas.
Pero en estos escasos 61 días el mundo dio muchas vueltas, tantas que en un par de ocasiones se me olvidó que jugaba el Águila, apenas vi el partido de octavos de final de la Champions League entre el Barca y el Arsenal, me confundí en las fechas de inicio de la MLB; y para rematar el caos de mi mente olvidé la contraseña de mi computadora en el trabajo, el del programa de edición, perdí la cuenta de un correo con contactos invaluables y otras cosas más.
Quizá todo sea una señal de que debo ejercitar más mi cerebro, aprender otro idioma, leer más libros, practicar un deporte, qué se yo.
Lo cierto es que quienes estaban hace 61 días ya no están, y quienes no estaban regresaron. En 61 días el mundo, mi mundo, dio muchas vueltas. Esa es la vida, esas son las vueltas del destino.

miércoles, 26 de enero de 2011

El segundo inicio del Torneo Clausura


Dice Juan Villoro que “escoger un equipo es seleccionar la forma en que se pasarán los domingos”, y en el caso de El Salvador –y en otras regiones del mundo- algunos días entre semana.
Hoy es uno de esos días, donde el fútbol llega para “regalarle” un par de horas de emociones extremas a los aficionados. Hoy muchos estarán prendidos al televisor, porque uno de los equipos que estará en el terreno de juego es el Águila, el conjunto que pregona con orgullo contar con la mitad más uno de la barra salvadoreña.
Y aunque el Torneo Clausura (un nombre extraño para un campeonato que se juega en los primeros meses del año) haya comenzado el fin de semana pasado, sin el debut de los “emplumados” es como que no existiera.
Eso es lo que siento, porque yo soy la que escogió vivir los días de fútbol en función del resultado que saca el Águila en los 90 minutos de partido. Por eso para mí, ahora es cuando empieza el espectáculo en la Primera División.

martes, 25 de enero de 2011

¿Por qué no gana la selección salvadoreña?

El otro día leía una teoría sobre las razones por las que la selección de Holanda, a pesar de revolucionar el balompié en la década del 70 con su “fútbol total” y parir estrellas de la talla de Johan Cruyff, Marco van Basten, Ruud Gullit, Wesley Sneijder y Arjen Robben; nunca ha ganado un mundial. ¡Y eso que ha disputado la final en tres ocasiones!
La primera vez se enfrentó a Alemania Federal, en territorio teutón. Tras ir arriba en el marcador 1-0, los holandeses acabaron perdiendo 1-2.
Cuatro años más tarde repetían la hazaña, esta vez contra Argentina, en el Estadio Monumental de Buenos Aires. Entonces cayeron 3-1 tras la prórroga al final de los 90 minutos reglamentarios.
32 largos años pasaron para que Holanda llegara de nuevo a la instancia final de una Copa del Mundo. Eso pasó en el mundial de Sudáfrica, en el 2010. Aunque muchos pensaron que la celebración del torneo en el continente madre le traería la buena suerte a los “tulipanes”, además de tener enfrente a una novata en esta cita: la selección española, la teoría resultó errónea. Otra vez Holanda caía en la final, ahora con un crudo 1-0 en contra. La maldición se había manifestado por tercera vez en el césped.
Juan Villoro dice en su libro Dios es redondo que el problema de Holanda es que no tiene ninguna historia de sufrimiento, y eso le impide ser el protagonista de gestas épicas.
Según esta teoría, Brasil es pentacampeón del mundo porque todos los jugadores, y en mayor escala los fanáticos, llevan tatuada en el alma la derrota de 1950 frente a los uruguayos.
Los alemanes han alcanzado su inspiración en los señalamientos del mundo tras el nazismo, en Franz Beckenbauer jugando con el brazo roto, en ser considerados fríos y calculadores.
Los argentinos y los italianos han tenido la presión de las dictaduras militares en sus espaldas, además de las gestas herócias de sus pueblos en siglos pasados y que todavía sobreviven en la memoria colectiva de la gente.
Los holandeses en cambio, parecen llevar una vida sin sobresaltos, no lloran si su equipo pierde, no arman lío en las calles…el fútbol es otra actividad cualquiera.
Ante esta teoría vale preguntarse ¿Y por qué no gana la selección salvadoreña si lo que sobra en el país es el sufrimiento?
El Salvador tiene una larga y rica historia futbolística: ha disputado el mundial en dos ocasiones, el balompié terminó por desencadenar una guerra contra Honduras en 1969, este país centroamericano es la cuna del “Mágico” González –para muchos aficionados y hasta para el propio Maradona, el mejor futbolista de todos los tiempos.
El Salvador se clasificó al mundial (1970 y 1982), cuando la situación social, política y económica del país era convulsa, las condiciones deportivas eran pésimas y lo que se reflejaba con creces era la escasez de lo básico. Y con todo eso en contra El Salvador se coló a la Copa del Mundo.
Los seleccionados transformaron su sufrimiento personal y de nación en una gesta épica, e hicieron historia con menos que poco.
La última vez que la selección nacional ganó un torneo internacional fue en el 2002, cuando en tierras salvadoreñas conquistó la medalla de oro de los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Desde entonces han transitado por callejones oscuros.
Nadie niega que hace falta un plan de trabajo serio e incluyente a mediano y largo plazo, buenas canchas para entrenar, voluntad de los equipos de la Primera División para trabajar en conjunto, mayor seriedad de la Federación de Fútbol, un entrenador comprometido, continuidad de proyectos, y sobre todo unos seleccionados con el deseo de convertir cada salida al terreno de juego en una gesta gloriosa.
Los únicos que en este momento parecen entender la relación entre el sufrimiento y la épica son los seleccionados de fútbol playa, quienes a pura garra, entrega y coraje coraje han conquistado títulos regionales y participado en Copas del Mundo.
A los demás les falta “ese algo” que tienen los que hacen historia, y mientras eso no cale en lo más profundo de la mente y del corazón, futbolistas y aficionados seguiremos transitando por esos oscuros laberintos de la derrota.

domingo, 23 de enero de 2011

Yo soy...

Yo soy la que abraza a extraños en un partido de fútbol, la que derrama lágrimas tanto por una película animada de Pixar como por los goles errados y las derrotas sobre el césped.
Yo soy la que lee a Coelho y Joel Osteen en días deprimentes, la que se sumerge en la mitología de Tolkien y las aventuras de C.S. Lewis cuando me inunda la fantasía, la que relee a Villoro, Kuper, García Márquez y Benedetti en la soledad.
Yo soy a la que escucha música tan dispar como la de El Tri, Damien Rice, Juanes, John Lennon, y hasta la Sonora Dinamita en Navidad.
Yo soy la que puede ver cinco películas dramáticas al hilo, pero que no soporta las comedias de Hollywood (es que nunca les encuentro la gracia). La eterna enamorada de Denzel Washington en pantalla.
Yo soy la que hace un tiempo coleccionaba fotos de deportistas, pero que un buen día las tiré todas a la basura. La única que sobrevivió y que todavía conservo en la pared es la de Ronaldinho, a quien considero el mejor futbolista del mundo.
Yo soy una de las más de 30 mil personas que vio cómo la selección de fútbol de El Salvador ganaba uno de los campeonatos más importantes en su historia: los Juegos Centroamericanos y del Caribe.
Yo soy la que siempre ve los partidos de la "Azul y Blanco" sin importar las circunstancias, la que vibra con la selección de fútbol de playa, la que nunca pierde las esperanzas de ver al Águila alzar la copa de campeón nacional.
Yo soy la que por momentos me canso de lso libros, las películas y el entrenimiento; la que quiere experiencias, la que estará en Guadalajara y Brasil, la que acampará en Cusco a pesar de la escasez de baños.